Érase una vez un asno hambriento y sediento que se encontraba a mitad de camino entre un montón de heno y un abrevadero. ¿Por cuál de los dos se decidiría primero? Sometido a dos impulsos exactamente opuestos, lo lógico sería que el asno se muriera de hambre. O de sed. En la práctica, sin embargo, todos sabemos que el asno no entiende de lógica y escogerá al azar. Al azar, en este caso, quiere decir un 50% de las veces.
Popularmente, esa inverosímil paradoja se conoce como “el asno de Buridan”. A pesar de que no la enunció Buridan, sino Spinoza 300 años después... y además era una asna. Todos estamos seguros de que el asno de Buridan sobrevivirá al experimento, pero lo que no podemos predecir es por cuál de las dos posibilidades se decidirá.
Ahora imaginemos un sistema turbulento compuesto de millones y millones de asnos de Buridan –no filosóficos, sino reales– en cada centímetro cúbico del espacio que ocupa: les presento a la atmósfera. Parece complicada, ¿verdad? Pues todavía lo es más, porque la atmósfera interactúa con la biosfera, la hidrosfera, la litosfera, la criosfera y la electrosfera. Todas ellas igual de impredecibles y zarandeadas por una infinidad de interacciones, resonancias, ciclos, efectos mariposa y ciclos dentro de ciclos: les presento al tiempo meteorológico. Y, si no tienen ustedes prisa, les presento al clima.
No hay datos suficientes
Con un panorama así, ¿podríamos construir un modelo que adivinara el comportamiento del clima, por ejemplo de aquí a cien años? Podemos intentarlo. Para empezar, tendremos que anotar todos los datos de temperatura, lluvia y viento –y muchas otras variables– que consigamos reunir. ¿Dónde los mediremos? Por todo el planeta, naturalmente. Empezando por la superficie y continuando hasta unos cuantos kilómetros de altitud. ¿Desde cuándo? Buena pregunta. Pero, considerando que los primeros registros meteorológicos comenzaron hace unos ciento cincuenta años, podríamos empezar por ahí.
Por desgracia, todos esos datos no nos servirán de mucho. En 1872 había sólo tres servicios meteorológicos funcionando en todo el mundo: Argentina, Hungría y Estados Unidos. Difícilmente más separados entre sí. En París se conservan archivos (de papel) con datos meteorológicos desde 1878. No muchos. ¿Y en el resto del mundo? En Australia las mediciones comenzaron en 1910, y en Nueva York en 1927. Todavía hoy, sólo 10 de los 54 países de África tienen unos servicios meteorológicos aceptables.
Las técnicas de medición también han evolucionado desde aquellos primeros tiempos. Los termómetros, por ejemplo, son hoy difícilmente comparables con los antiguos, que tampoco sabemos cómo estaban calibrados. Además, sus cubiertas están hechas de distintos materiales. Y un termómetro puede dar una lectura más alta si ese día hace sol que si el termómetro está a la sombra o el día está nublado.
Las guerras y las crisis económicas alteran también las mediciones. Sin olvidar fenómenos naturales imposibles de predecir, como las erupciones volcánicas, la actividad solar, El Niño o las 'islas de calor' creadas por núcleos urbanos en expansión o por nuevos aeropuertos. El primer satélite meteorológico de la historia no entró en órbita hasta 1975, y del océano (que cubre la mayor parte de la superficie terrestre) los satélites sólo nos envían datos desde hace pocos años.
Es muy poco. Necesitaremos más, muchísimos más datos, en el espacio y en el tiempo. Por eso, para cubrir esa carencia y remontarnos mucho más lejos hacia el pasado, tendremos que recurrir a datos sustitutivos. Por ejemplo, los anillos de los troncos de los árboles, los isótopos de oxígeno en los caparazones fósiles o las burbujas de la atmósfera primitiva atrapadas en los hielos polares.
Pero esos datos abarcan millones de años, y no se compaginan con nuestros registros meteorológicos: cinco o diez hormigas no nos dicen nada sobre el hormiguero, y el comportamiento de un hormiguero no nos permite predecir el de cada hormiga. Tendremos que definir claramente la escala de tiempo en la que buscamos tendencias. En otras palabras: tendremos que definir lo que entendemos por 'clima'.
Sólo sé que no sé nada
En cualquier caso, los datos que usan los 'científicos' para remediar esas lagunas –y los que nos muestran en la televisión– no son realmente datos. Son el resultado de distintas operaciones más o menos acertadas: promedios, ajustes de curvas, interpolaciones... e incluso valores estimados 'a ojo'. Sí. Todavía en los años 80, me consta que una conocida agencia de noticias de una capital europea 'medía' la temperatura simplemente sacando la mano por la ventana.
Esto es importante: nunca hay que confundir datos (de mediciones) con resultados basados en esos mismos datos. Por eso, nadie sabe realmente –ni conseguirá saber jamás– cuál es la temperatura media del planeta. Y quien dice la temperatura dice también otras variables esenciales para comprender el clima, como la sensibilidad del clima, el forzamiento radiativo o el albedo (el porcentaje de luz que refleja la atmósfera). Sí, claro, lo podemos intentar, pero no nos servirá de mucho predecir un aumento de temperatura de 0'4oC si el margen de error de nuestros cálculos es 0'5oC.
Una bola de nieve
Con todos esos datos, incompletos e incongruentes, empezó a trabajar el IPCC en los años 80 en un lenguaje de programación llamado FORTRAN, hoy obsoleto. A medida que pasaba el tiempo, por no tirar el código a la basura para empezar de nuevo, los programadores fueron introduciendo parches aquí y allá. Sí, chapuzas: límites decididos a ojo para que el modelo no predijera lagos sin agua o trayectorias del sol inverosímiles, o nuevos parámetros 'convenientes' pero sin justificación científica.
Lo más alarmante, sin embargo, son los cálculos iterativos. ¿Cuántas veces usa usted el aceite ya frito para volver a freír con él? Bueno, pues el IPCC no es tan escrupuloso con sus datos. Introduce una medición como dato inicial, recicla después el resultado y repite el proceso una y otra vez. Así, a falta de datos reales, el error más insignificante se va amplificando y amplificando. ¿Cuánto? Calcule usted mismo: los bucles más habituales se repiten a intervalos de media hora. Imagine el error acumulativo que puede generar un bucle así al cabo de mil años. Una gigantesca bola de nieve.
¿La solución? Arreglarlo a ojo. Por ejemplo, cuando el modelo está prediciendo una atmósfera sin nubes, o con alturas de nieve negativas. Un programador que investigó el código de uno de esos modelos se encontró con 846 instrucciones ‘STOP_MODEL’ para detener —a ojo— bucles que deberían haber sido infinitos. Pero este es un tema que nos llevaría demasiado tiempo. Otro día nos asomaremos en detalle a los modelos del IPCC.
Misión imposible
¿Cambiará mucho el clima si sigue aumentando el CO2? Es dudoso. Según demostró William Happer en 2020, el CO2 en nuestra atmósfera está saturado. En otras palabras: un aumento del CO2 apenas alterará el efecto invernadero. Y, de todos modos, el CO2 no determina la temperatura de nuestro planeta. En las gráficas que todos hemos visto, las curvas del CO2 y de la temperatura aparecen perfectamente emparejadas. Pero fíjese usted bien y verá que la temperatura aumenta o disminuye siempre antes que el CO2. Unos quinientos años antes.
No se deje engañar. La 'crisis climática' es una teoría política, no científica. Y el 'consenso científico' en torno a esa teoría es muy fácil de explicar. ¿Necesita usted fondos para investigar? Estudie el cambio climático. Y procure que sus resultados sean convincentes (para quienes le financian). ¿Es usted decente y prefiere decir la verdad? Prepárese para ser vapuleado públicamente, humillado, acusado, insultado y, muy posiblemente, quedarse sin empleo.
Nada nuevo bajo el sol
Entonces, ¿no estamos al borde de un apocalipsis climático? Rotundamente, no. No está sucediendo nada que no haya sucedido antes. Cuando, a finales del siglo I, el noruego Erik Thorvaldsson descubrió Groenlandia le puso por nombre 'Groen-Land'. Es decir, 'País verde'. Además, en la Edad Media, en tiempos de los romanos y en los años 30 del siglo XX hizo bastante más calor que ahora.
¿Y en tiempos menos recientes? Lo mismo. Algunos glaciares en recesión están dejando al descubierto antiguos asentamientos humanos. Y en el interior de Europa los arqueólogos siguen descubriendo restos de puertos marítimos a muchos kilómetros de la costa actual. Nada nuevo bajo el sol.
Si se interesa usted por el asunto, tómeselo con calma. Unos le mostrarán gráficas que anuncien un apocalipsis inminente, y otros tantos le demostrarán que es una patraña. Lo cierto es que ninguno de ellos tiene ni idea de cómo evolucionará el clima en los próximos cien o doscientos años. Para apreciar una tendencia real del clima hay que alejarse mucho en el tiempo y observar gráficas que abarquen miles o –mejor aún– millones de años. ¿Qué revelan esos gráficos? Pues que, a esa escala de tiempo, estamos en un periodo interglacial.
Y, lo peor de todo: el CO2 se está agotando. Tome nota.
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