Los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca han sido uno de los libros que más me han impresionado. Y lo que en él se cuenta sucedió realmente. En el año 1527, la balsa en la que el joven Cabeza de Vaca bordeaba la costa de México zozobró, y un puñado de supervivientes emprendieron con él, a pie, una aventura alucinante que concluyó a dos mil kilómetros de distancia, en la costa del Pacífico.
Durante ocho largos años, Cabeza de Vaca fue esclavo, primero, y dios después, en las tribus más extrañas que uno pueda concebir. De una de aquellas tribus nos cuenta que “su hambre [es] tan grande que comen arañas y huevos de hormigas, y gusanos y lagartijas y salamanquesas y culebras y víboras, que matan los hombres que muerden, y comen tierra y madera y todo lo que pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas que dejo de contar; y creo averiguadamente que si en aquella tierra hubiese piedras las comerían”.
Es fácil sospechar que el hambre, y no el paladar, era lo que impulsaba a aquellos indios a ingerir tales extravagancias. Los episodios de hambruna, frecuentes en la historia de la humanidad, han dejado su huella en las costumbres alimentarias de algunos países. Ninguno de ellos, que yo sepa, europeo. En Europa, tradicionalmente, no se comen cosas raras. Y menos aún insectos.
¿O acaso sí que se comen, pero los europeos no se han enterado? Siempre me ha intrigado esa frase que figura junto a los ingredientes de las pastillas de caldo o de los productos de bollería: “Puede contener trazas de crustáceos”.
¿De crustáceos? ¿En unas galletas?
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Insectos propiamente dichos, en Europa no se comen. Pero sí se ingiere, con más frecuencia de lo que usted cree, el polvo de cochinilla (disfrazado como aditivo E120). El ácido carmínico obtenido de la cochinilla es un colorante habitualmente presente en yogures, mermeladas, chicles o charcutería, entre otros alimentos. Y, aunque usted probablemente no lo sabe, las moscas de la fruta tienen por costumbre desovar en los tomates. Por eso, la FDA autoriza un máximo de 30 huevos de mosca de la fruta por cada 100 gramos del ketchup que usted compra en el supermercado.
Los colorantes no son realmente alimentos. Pero, recientemente, la Comisión Europea –que, por cierto, ni usted ni yo hemos elegido democráticamente– parece empeñada en introducir masivamente insectos en nuestra dieta. En 2017 permitieron incorporarlos como alimento en piscicultura, y en 2021 como pienso en las granjas de pollos y cerdos.
No se han conformado con eso. Recientemente, han incluido el polvo de grillo doméstico (Acheta domesticus) parcialmente desgrasado en la lista de alimentos autorizados: «panes y panecillos multicereales, galletas saladas y colines, barritas de cereales, premezclas secas para productos horneados, galletas, productos secos a base de pastas rellenas y no rellenas, salsas, productos transformados a base de patata, platos a base de leguminosas y vegetales, pizza, productos a base de pastas, lactosuero en polvo, sucedáneos de carne, sopas y concentrados o polvos de sopa, aperitivos a base de harina de maíz, bebidas similares a la cerveza, artículos de chocolate, frutos de cáscara y semillas oleaginosas, aperitivos distintos de las patatas fritas y preparados de carne».
En España hay actualmente otros tres insectos autorizados como ingredientes alimentarios: el gusano de la harina (Tenebrio molitor) –en realidad, la larva del escarabajo de la harina–, la langosta migratoria (Locusta migratoria) y las larvas del escarabajo del estiércol (Alphitobius diaperionus).
Los riesgos
¿Realmente necesitamos incorporar insectos en nuestra dieta a semejante escala? Según los legisladores, comer insectos ayuda a paliar la escasez de alimentos, reduce la emisión de gases de efecto invernadero y fomenta un sistema alimentario más “sostenible”.
¿Escasez de alimentos, en Europa? ¿Reducción de gases que son beneficiosos para la agricultura? ¿Qué entienden por ‘sostenible’ esos políticos lejanos que comen jugosos chuletones y a los que nadie ha votado jamás?
Disculpe mi animosidad, pero es que estoy indignado. Cree usted haber comprado una liebre y descubre que le han vendido un gato. Peor todavía: lo han hecho por su bien, naturalmente sin pedir su opinión y sin mencionarle los riesgos que podría estar corriendo.
¿Qué riesgos? Los insectos contienen gran cantidad de proteínas, y por lo tanto de alergenos en potencia. Eso, sin contar la reactividad cruzada entre el gusano de la harina y los crustáceos, que en ambos casos contienen tropomiosina. Además, los insectos albergan micotoxinas, que una vez metabolizadas pueden resultar nocivas para el organismo. Y metales pesados, particularmente cadmio y arsénico.
Suponiendo que el productor haya conseguido eliminar las bacterias, virus, protozoos, hongos y parásitos que contienen habitualmente los insectos, la presencia de quitina (la parte crujiente de esos bichitos) en nuestro estómago produce citokinas, que pueden desencadenar reacciones inflamatorias y alérgicas, en algunos casos incluso graves. Además, la quitina es una fibra insoluble, y por lo tanto bastante indigesta.
La quitina no es el único componente potencialmente dañino. Los escarabajos contienen también cantaridina, una hormona fuertemente tóxica, y un estudio experimental realizado en 75 granjas de grillos encontró parásitos nocivos en un 30% de las muestras analizadas. Se han encontrado también en los grillos nematodos, metales pesados, dioxinas, resinas, PVC y aluminio. Casi nada.
Tampoco podemos estar seguros de que el calor los esteriliza. Las esporas de algunas bacterias sobreviven incluso después de haberlas hervido. Además, a menudo los periodos de incubación son largos, y para cuando empecemos a notar sus efectos ya no podremos averiguar su origen.
Las larvas de Tenebrio molitor han causado escarabiasis gástrica en cerdos recién destetados y liberan benzoquinonas, que son sustancias cancerígenas. Además, los productores incorporan a la alimentación de las larvas ciertas hormonas para que alcancen un tamaño superior a 2 cm. Y algunas larvas son capaces de sobrevivir a la cocción.
Las langostas migratorias son insectos caníbales. Cuando forman un enjambre, se ven obligadas a avanzar para no ser devoradas por las que tienen detrás. Como defensa, cuando se encuentran en entornos densamente poblados, emiten fenilacetonitrilo, que actúa como una feromona y repele a sus congéneres. Y también a los pájaros, porque el fenilacetonitrilo puede ser metabolizado y producir cianuro de hidrógeno.
Los insectos pueden también debilitar nuestro sistema inmunitario, ocasionarnos un déficit de vitaminas y generar resistencia a los antibióticos.
Un ataque globalista
A la vista de los antecedentes, prepárese usted para un despliegue de publicidad disfrazada de información en todos los medios, con cualquier tipo de argumento traído por los cabellos. Por ejemplo, en cierto artículo periodístico que he leído, una empresa que proyecta producir 12.000 toneladas de larvas anuales arguye que la cría de gusanos de la harina servirá para “preservar la riqueza patrimonial de nuestros pueblos”. Quién lo hubiera dicho.
De hecho, todos los estudios sobre los insectos en la alimentación empiezan invocando el crecimiento de la población mundial, que dista mucho de ser alarmante y que, desde los años 1970, está experimentando una notable desaceleración. En cuanto al hambre, la mejor manera de evitarla es fomentar la agricultura y la ganadería, en lugar de destruirla.
Además, los estudios disponibles son insuficientes. La autora del estudio más exhaustivo que he encontrado, que exalta las bondades de los insectos en nuestra comida, fue elogiada calurosamente por ese psicópata multimillonario que usted ya conoce –y que, por cierto, todavía no se ha suscrito a este blog–, asegurando que es uno de los cinco "héroes cuyas vidas me inspiran".
¿Entenderemos mejor ahora por qué los políticos están empeñados en sacrificar vacas y pollos con el pretexto del metano y de la gripe aviar? La producción de insectos es menos costosa que la de la harina de cereales, y no tenga usted duda de que las pastas, sopas y quesos que usted come pronto contendrán cantidades considerables de insectos amparados en la letra pequeña de los envases.
Por fortuna, no todos los políticos han caído en las garras de los psicópatas globalistas. En Italia, los productos que contienen insectos tienen que estar claramente etiquetados y separados del resto de los alimentos, en áreas claramente señalizadas. Además, está prohibido incorporar harina de insectos a las pizzas y a las pastas en general.
También la Comisión Europea estipula que el polvo de larva de gusano deberá constar en el etiquetado de los productos alimenticios que lo contengan. Deberá figurar como “Polvo tratado con radiación ultravioleta de larvas de Tenebrio molitor (gusano de la harina)”. Pero, ¿está usted seguro de que se cumplirá?
Por si acaso, eche un vistazo a las aplicaciones de los teléfonos móviles. Hay unas cuantas que le advierten de la presencia de insectos en los alimentos, simplemente enfocando la cámara a la etiqueta. Todas las que yo he encontrado están en inglés o en alemán pero, para alertar al indefenso usuario, seguramente serán suficientes.