La Atlántida, dejó escrito Platón, era una isla lejana gobernada por Atlas, uno de los hijos del dios de los océanos. Sus habitantes —los atlantes— habían logrado conquistar buena parte de África y de Europa y habían esclavizado a sus habitantes. Pero la república de Atenas, viéndose amenazada, se enfrentó a ellos y consiguió derrotarlos.
Un día, repentinamente, la Atlántida se hundió bajo las aguas del Océano Atlántico.
Platón dio muchos detalles sobre aquella misteriosa isla, pero nunca dijo dónde situarla. Sólo explicó vagamente que estaba “frente a las columnas de Hércules”. Es decir, más allá del estrecho de Gibraltar. Desde entonces acá, no ha habido siglo en que algún iluminado no haya asegurado saber dónde estuvo la Atlántida. Desde Túnez hasta las islas Azores, pasando por la costa de Cádiz, docenas de autores más o menos imaginativos han dejado constancia, una y otra vez, del empeño de los seres humanos por adaptar la realidad a sus deseos.
Son ya tantas las teorías propuestas que, si la Atlántida realmente existió, alguno de ellos tuvo que haber acertado. Tal vez fue ese el caso del ingeniero francés Jean Deruelle, que situó la Atlántida mucho más al norte que todos los demás. Concretamente, entre los Países Bajos y las Islas Británicas. Hoy sabemos que algo así existió, aunque no fue exactamente una isla.
El descubrimiento
En 1931, el capitán del Colinda, un pesquero de arrastre que faenaba en el Mar del Norte, se encontró en sus redes con un gran trozo de turba. Al desmenuzarla, el capitán descubrió en su interior una especie de arpón prehistórico tallado en hueso. ¿En mitad del Mar del Norte? Estaba demasiado lejos de la tierra firme. Durante el mesolítico, los navegantes no se atrevían a alejarse de la costa, y menos en un mar tan traicionero como aquel.
Daba que pensar, pero no era mucho más que un descubrimiento aislado. Con el tiempo, sin embargo, varios arqueólogos, aficionados y otros pescadores fueron rescatando, de aquellas mismas aguas, más de dos mil objetos prehistóricos. Entre ellos, restos de un mamut y de un león, artefactos de pedernal y, más recientemente, un fragmento del cráneo de un Neanderthal. En 2016, una enfermera encontró restos del neolítico y huesos de hiena en una playa de Rotterdam. Y, para remate, varios buceadores descubrieron no hace mucho los restos de un bosque semienterrado en el fondo del océano.
Un mapa diferente
Tal vez no era la Atlántida, pero al menos tenemos evidencias de que existió. Hoy sabemos que, durante millones de años, Gran Bretaña no fue una isla, sino una península. En el extremo occidental de Europa, estaba unida al resto del continente por una extensa formación de caliza.
Sabemos también que en aquella extensión había humedales, ríos y lagos, y que estaba habitada por mamúts, hienas y otros animales. Y por antepasados nuestros. Concretamente, -al menos en parte- neandertales.
Los arqueólogos la llamaron 'Doggerland', en referencia al Dogger Bank, un extenso banco de arena situado, todavía hoy, en el centro del Mar del Norte. Por si tiene usted curiosidad, los 'dogger' eran ciertos barcos de pesca que usaban los holandeses durante la Edad Media.
Con todas esas pistas y muchas otras, los arqueólogos han empezado a analizar el sedimento oceánico y a construir, poco a poco, un mapa de lo que posiblemente fue Doggerland, y también a reconstruir sus paisajes. Y su evolución a lo largo de los siglos, a medida que sus terrenos se fueron sumergiendo. Además, estudios sísmicos recientes han analizado a fondo la estructura geológica del fondo marino en esa región.
¿Cómo sucedió?
Durante muchos milenios, el norte de Europa, desde Escandinavia hasta Escocia, estuvo cubierto de nieves perpetuas. Hace unos 450.000 años, sin embargo, el hielo fue erosionando y minando la caliza del suelo. Después, la temperatura aumentó, los glaciares se deshelaron y el nivel del mar, siglo tras siglo, se fue elevando.
Poco a poco, Doggerland se hundía bajo las aguas del océano. Su población fue emigrando en busca de tierras más propicias para la caza. Hace unos siete mil años, la Doggerland primigenia estaba ya casi completamente bajo las aguas. Sólo un banco de arena ha subsistido hasta nuestros días como testimonio último de su existencia.
Por eso —o porque en esa época sus habitantes sabían cocinar— las Islas Británicas, hasta entonces un territorio inhóspito y helado, empezaron a ser habitables. Toda una fauna fue instalándose en aquellos paisajes, y los cazadores se fueron tras ella.
¿Qué sucedió realmente?
Esta es sólo una de las dos teorías que tratan de explicar la desaparición de Doggerland. Si ignoramos los relatos más imaginativos, como el diluvio universal de la Biblia y de otros libros sagrados, hay otra teoría que nos habla de un gigantesco tsunami. Un tsunami que, supuestamente, cambió la faz de la tierra en esa región de Europa.
Ciertamente, sabemos que hace unos 8.000 años hubo un catastrófico terremoto submarino frente a la costa de Noruega (los tres 'deslizamientos de Storegga'). Se estima que aquel seísmo desencadenó un tsunami de, como mínimo, cuatro metros de altura. Según esa teoría, el terremoto habría asolado Doggerland y habría separado para siempre Gran Bretaña del continente europeo (o el continente de Gran Bretaña, desde el punto de vista británico).
En los últimos tiempos he aprendido a desconfiar de los 'modelos' que pergeñan los científicos para entender el pasado y, sobre todo, para predecir el futuro. No tomaré partido, pero los modelos informáticos desarrollados hasta la fecha parecen indicar que un tsunami no fue suficiente. Aunque, sin necesidad de modelos, simplemente el sentido común nos dice que, cuando un tsunami se retira, el terreno que estaba debajo seguirá en su sitio.
En realidad, más que el hallazgo del Colinda o los descubrimientos de las enfermeras en las playas nórdicas, los datos que estamos acumulando en los últimos años provienen de las prospecciones de petróleo y de las empresas de energía eólica. La paranoia del cambio climático no sólo está transformado nuestro presente (indudablemente para peor), sino que amenaza también destruir vestigios importantes de nuestro pasado.
Como la Atlántida mítica de Platón, las misteriosas tierras de Doggerland podrían desaparecer para siempre, devastadas por otro tsunami que quizá llegue más lejos de lo que usted y yo podemos imaginar.
Cuando menciono a los neandertales como nuestros antepasados, no quiero decir que sean nuestros *únicos* antepasados. Aunque eran una raza diferente de la nuestra, últimamente hemos averiguado que se hibridaron con los Homo sapiens. Que, esos sí, fueron mayoritariamente nuestros ancestros