Hace algún tiempo me sometí a un tratamiento de acupuntura. Aunque yo era radicalmente escéptico, cedí a la insistencia de una amiga, que me aseguró que daría resultado. Ya el primer día, en la camilla donde estaba a punto de ser acribillado, comenté al sorprendido ‘terapeuta’ que no creía en aquel tipo de tratamiento. Sin embargo, añadí, estaba dispuesto a cambiar de opinión si la cosa funcionaba.
No funcionó.
Aquel fiasco previsible me hizo olvidarme de mi curiosidad por el tema. Durante años, yo me había preguntado si podría existir en el cerebro alguna misteriosa conexión neuronal entre los órganos del cuerpo y determinados puntos de la anatomía humana. No parecía muy verosímil, pero en un cerebro como el humano, con más de 80.000 millones de neuronas, todo está conectado con todo y vaya usted a saber.
Recientemente, sin embargo, mi curiosidad se ha reavivado. He leído a varios autores que se quejaban del aluvión de artículos sobre acupuntura que están saliendo a la luz desde hace algún tiempo. Sólo en los tres últimos años, se han publicado más de 10.000 artículos ‘científicos’ sobre acupuntura.
Qué es
La acupuntura está basada en la idea de que el cuerpo humano está recorrido por doce ‘meridianos’ por los que fluye una energía fantasmagórica llamada “qì”. Supuestamente, esa ‘energía’ regula el funcionamiento de los distintos órganos del cuerpo. Cuando ese flujo se obstruye o se altera, nuestro ‘yin’ y nuestro ‘yang’ se desequilibran… y nuestro riñón, por poner un ejemplo, empieza a fallar.
¿La solución? Inserte usted unas cuantas agujas en lugares tan impensables como la oreja o el talón, y el yin y el yang volverán a ser buenos amigos. No crea, no es tan fácil como parece. En el cuerpo humano, si hemos de creer esa teoría, hay más de dos mil puntos ‘terapéuticos’ que hay que saber localizar.
Pero la cosa es más complicada todavía. Para empezar, no hay una única técnica de acupuntura. Sí, hay una acupuntura china, que contempla además meridianos secundarios y puntos aislados, e incluso algún que otro punto vagabundo. Sólo que para esa técnica existen más de diez variantes. Y otras seis para el manejo de las agujas. Escoja usted.
La acupuntura japonesa, en cambio, tiene tres variantes, y la coreana, cinco. Sin contar unas cuantas técnicas más imaginativas, por ejemplo a base de música, fuego, veneno de abeja, entrañas de gato o, ya en el colmo, la llamada ‘acupuntura cuántica’. Ah, y existe también una acupuntura que se practica en un muñeco, como en las ceremonias de vudú.
No sabemos cuál de esas modalidades es exactamente la que recomienda la OMS, que nos asegura que la acupuntura es beneficiosa para más de cuarenta trastornos o enfermedades. ¿Está en lo cierto la OMS, o estaba escuchando voces de lobbies susurrantes?
A favor
El estudio ‘científico’ de la acupuntura comenzó en China a finales de los años 1950, tras observar que algunos médicos la usaban para atenuar el dolor después de las intervenciones quirúrgicas. La idea de enviar corrientes eléctricas a través de las agujas surgió veinte años después, a raíz de una investigación que parecía indicar que la llamada ‘electroacupuntura’ estimulaba el flujo de endorfinas en el organismo.
Las endorfinas son ciertas hormonas que produce nuestro propio cerebro. Concretamente, su glándula pituitaria, que las segrega cuando nos reímos, bailamos, nos enamoramos o disfrutamos de una buena comida. También habrá leído usted que, cuando corre, su cerebro segrega endorfinas, pero yo nunca he sentido otra cosa que una fastidiosa fatiga.
Las endorfinas actúan del mismo modo que la morfina o sustancias similares. Bloquean ciertos receptores de las neuronas del cerebro, que por lo tanto ya no pueden seguir transmitiéndonos sensaciones de dolor.
Pues bien, según los acupuntores, una corriente eléctrica de 2 Hz a través de las agujas estimula la producción de varias sustancias que atenúan el dolor (entre ellas, la beta-endorfina), mientras que una corriente de 100 Hz fomenta la producción de dinorfina, que tiene también efectos analgésicos.
Los defensores de la acupuntura van todavía más lejos. Según ellos, las milagrosas agujas, con o sin corriente eléctrica, curan o alivan también, además de la ciática o el dolor de cabeza, una larga lista de dolencias, incluso psicológicas: alergias, insomnio, asma, depresión, infertilidad, eczemas, cólicos, o ansiedad. El bálsamo de Fierabrás.
Un estudio que me ha llamado la atención comparó dos grupos diferentes de voluntarios. Uno de ellos recibió un tratamiento de (electro)acupuntura, mientras que el otro recibió un falso tratamiento mediante agujas retráctiles, sin corriente eléctrica y en puntos por los que, supuestamente, no se paseaba la misteriosa energía qì.
Al terminar el tratamiento, los dos grupos de voluntarios declararon que sus síntomas habían disminuido, más o menos por igual. Sin embargo, el grupo que recibió el verdadero tratamiento presentaba mejoras en la rapidez de las señales nerviosas y en la corteza somatosensorial (que es la que nos informa de lo que ocurre en nuestra piel y en nuestros músculos). Al cabo de tres meses, sólo este grupo seguía padeciendo menos dolor.
En contra
Pero, por mucho que se empeñen los investigadores, la sensación de dolor no es cuantificable. Y, según los detractores de la acupuntura, sus efectos pueden perfectamente deberse al famoso ‘efecto placebo’, misterioso todavía pero real. En los casos más graves, no tanto. Según se ha comprobado, ni el efecto placebo ni las endorfinas liberadas por la acupuntura consiguen atenuar el síndrome de abstinencia de los heroinómanos.
Además, en al menos un estudio, el tratamiento alivió mucho el dolor de los pacientes, pero la concentración de beta-endorfina en su sangre no varió.
En general, los estudios más fiables atribuyen a la acupuntura los mismos resultados que el efecto placebo. Naturalmente, hay también una montaña de estudios que aseguran lo contrario, pero sus oponentes argumentan que es muy fácil seleccionar unos cuantos casos particulares y sacar conclusiones.
Usted, si quiere, puede alegar que todos los piscis tienen suerte porque a su cuñado le ha tocado la lotería. Pero, para un científico, ese tipo de razonamientos no es aceptable. Hasta un reloj estropeado marca la hora correcta dos veces al día.