Solomillo con verduras
El carbono es la clave de la vida en la tierra. Estamos hechos esencialmente de carbono, como la mayoría de los animales. Pero, sobre todo, de las plantas. Si estamos vivos es gracias a ellas, y a otros animales que se alimentan de ellas. El solomillo con verduras es una de las obras maestras del ciclo del carbono. Pero, ¿cómo pasa el carbono del aire al pasto que después irá a parar a nuestro solomillo? Dicho de otra manera: ¿cómo se las arreglan las plantas para transformar el carbono en materia viva?
Para empezar, las plantas también respiran. Aunque usted no pueda verlo a simple vista, sus hojas tienen muchos orificios, que los botánicos llaman ‘estomas‘. A través de ellos respiran. Los estomas absorben CO2 del aire y, aprovechando la energía que reciben del sol, lo combinan con agua y lo convierten en azúcares. No sólo eso. Además, cada molécula de carbono que convierten en azúcar nos regala una molécula de oxígeno.
Sí, respire, pero no deje de regar sus macetas. Porque, para no marchitarse, las plantas necesitan agua. El vapor de agua, sin embargo, escapa fácilmente por los estomas, y por eso las plantas no abren nunca más respiraderos de los necesarios. Por eso, cuando aumenta el CO2 en el aire, las plantas se benefician. Tienen más alimento y abren menos estomas al exterior. Dicho de otro modo, crecen más y resisten mejor las sequías.
Además, el oxígeno a las plantas les sienta mal. En su interior, como en el nuestro, el oxígeno produce continuamente sustancias oxidantes. ¿Ha oído hablar usted de los beneficios de los antioxidantes? Pues a las plantas les convienen tanto como a nosotros. A las plantas el oxígeno les estorba, y por eso nos lo regalan.
Después de los dinosaurios
Antes de comenzar la era industrial, la concentración de CO2 en el aire era unas 270 ppm (partes por millón). Desde entonces ha aumentado hasta 390, que es el valor actual, y es todavía menos de un 1% de lo que emitimos al respirar. Sin embargo, durante los últimos 550 millones de años los niveles de CO2 han sido mucho mayores que los actuales. Y no ha pasado nada.
Por ejemplo, hace 50 millones de años llegó a alcanzar más de 1.000 ppm. Los dinosaurios se acababan de extinguir, y los mamíferos se estaban convirtiendo en los amos del mundo. Si preguntamos a los paleontólogos, la vida en nuestro planeta ha sido exuberante cuando los niveles de CO2 eran tres o cuatro veces más altos de los que tenemos hoy. Sólo en una ocasión, hace unos 300 millones de años, han sido tan bajos como en nuestros días
Al ritmo al que está aumentando el CO2 en la atmósfera, tardaría cerca de dos siglos en multiplicarse por dos. Además, como descubrió el climatólogo William Happer, en los niveles actuales el CO2 está saturado. Es decir, si multiplicáramos por dos o incluso por cuatro la concentración actual de CO2, la temperatura sería, como mucho, un grado más alta. De modo que quemando carbón, petróleo o gas apenas cambiaremos mucho las cosas. El CO2 ha causado ya casi todo el efecto invernadero que es capaz de causar.
Y ese pequeño aumento que estamos experimentando es beneficioso. Hoy nuestro planeta tiene mucha más vegetación que hace veinte años. Las temporadas de cultivo son ahora más largas, y los cultivos se extienden a regiones y altitudes que antes eran demasiado frías. Quienes trabajan con cultivos de invernadero lo saben perfectamente, y por eso aumentan el CO2 en sus invernaderos hasta el triple de lo que normalmente respiramos.
Es más, la mayoría de las plantas dejan de crecer cuando la concentración de CO2 disminuye por debajo de 180 ppm, y desaparecerían completamente si ese nivel descendiera a la mitad. Pisamos arenas movedizas. Si los modelos de los alarmistas climáticos son incorrectos (como lo son desde hace treinta años), corremos el riesgo de reducir el CO2 hasta unos niveles irreversibles: para usted y para mí, jaque mate. Pero no voy a a complicar ahora las cosas hablando de los modelos del clima. Prometo escribir sobre ellos más adelante.
Patinazos que dejan huella
Los modelos de los alarmistas climáticos nos exhortan machaconamente a reducir nuestra “huella de carbono”. No sólo eso. Con una falta de objetividad sospechosa, lo hacen usando un lenguaje peyorativo. Por ejemplo, el acuerdo de París, que fue el origen del alarmismo que hoy nos asedia, estaba basado en el extraño dogma de que el CO2 es una sustancia ‘poluyente’.
Que no se escandalicen los puristas de la lengua. Digan lo que digan los diccionarios, poluir y contaminar son cosas distintas. Imagine usted que queremos tomar una muestra de agua de un río. Si el río está sucio, por ejemplo a causa de un vertido, para que nuestra muestra sea representativa tendrá que estar tan sucia como el río. Es decir, tendrá que contener el mismo grado de polución. Pero no nos servirá de nada si, antes de llegar al laboratorio, se nos cae encima el café con leche. Si eso llegara a ocurrir, tendríamos que tirar la muestra, porque, poluída o no, estaría contaminada.
Sin embargo, por más que les pese a los políticos y a sus asalariados, el CO2 no ensucia el medio ambiente. No sólo no podemos verlo ni olerlo, sino que usted y yo lo respiramos y lo producimos constantemente. Cada día, cada uno de nosotros arroja al medio ambiente un kilogramo de CO2 (sí, aproximadamente). Además, el CO2 regula nuestra respiración. Cuando estamos buceando y salimos a la superficie, sentimos necesidad de tomar aire no porque nos falte oxígeno, sino porque se ha acumulado demasiado CO2 en nuestra sangre.
No, el CO2 no ensucia el medio ambiente. Pero ¿cualquier cantidad de CO2 en el aire es inofensiva? Probablemente sí, siempre que nos deje suficiente oxígeno para respirar. Por prudencia, sin embargo, la NASA recomienda un máximo de 5.000 ppm para las misiones espaciales de larga duración. De modo que unos niveles aceptables estarían entre las 5.000 ppm que nos permitirían ir y volver tranquilamente (es un decir) al planeta Marte y las 180 ppm que acabarían con la mayoría de los vegetales.
Nuestra atmósfera, hoy, está bastante por debajo del valor intermedio y muy lejos todavía de los valores de la NASA. Es más, al paso que vamos tardaríamos tres siglos en llegar a las 1.000 ppm. Y, si las plantas pudieran hablar, todavía nos pedirían más.
¿Ciencia o política?
Seamos sensatos. Un aumento de la temperatura y del CO2 fomentaría enormemente la producción de alimentos y de madera, y embellecería nuestros paisajes con más bosques, flores y sabrosos vegetales. En la historia de nuestro planeta, los niveles actuales son alarmantemente bajos. El CO2 —aunque no tanto como el vapor de agua o las nubes— evita que nos congelemos, nos alimenta y hace posible la vida en la Tierra. El día en que desaparezca el CO2 de la atmósfera, las plantas morirán.
Y nosotros con ellas. Por favor, sean tan amables de no pisar las flores.