No, no es oro todo lo que reluce y yo tal vez estaba equivocado. Ahora explicaré por qué.
A principios de esta semana se me había ocurrido investigar una teoría ‘conspiratoria’ sobre la posibilidad de modificar artificialmente los ciclones tropicales. La teoría estaba haciendo furor en los medios sociales, a raíz de los dos últimos huracanes que devastaron la Florida. Explorando artículos sobre el tema, me topé con un autor ruso que aparecía en todas partes.
¿De dónde había salido aquel tipo? Todos sus artículos desarrollaban modelos matemáticos abstrusos, que me parecieron bastante poco conectados con la realidad. Y me hice las preguntas de rigor: ¿hasta qué punto eran publicables aquellos resultados? Y la más importante de todas: ¿quién financiaba aquellas investigaciones?
No tardé en averiguar que el autor estaba afiliado a la Universidad de San Petersburgo. Bien, de acuerdo, pero ¿quién publicaba sus artículos? Oh sorpresa. Las revistas que publicaban sus artículos aparecían en una lista de posibles ‘publicaciones depredadoras’. Una lista larguísima, por cierto.
Escrotos y gravedad cuántica
Según averigüé, las publicaciones ‘depredadoras’ no tienen muchos escrúpulos a la hora de publicar. Cobran a los autores cantidades sustanciales en concepto de evaluación y gastos de edición, o bien publican gratis pero cobran después sin piedad por acceder a cada artículo. Al fin y al cabo, serán las universidades y las instituciones de investigación las que terminarán asumiendo el gasto.
Reconozco que me pilló desprevenido. Siguiendo aquel hilo, descubrí entonces que muchas de aquellas revistas habían sido desenmascaradas públicamente. Yo ya recordaba haber leído una o dos noticias en la prensa, tiempo atrás. Pero esta vez la lista de casos que descubrí era alarmante. No sólo alarmante. También deprimente y, por supuesto, jocosa. Juzguen ustedes mismos.
1974. La psiquiatra británica Elaine Murphy consiguió publicar en el British Medical Journal un artículo sobre el ‘escroto de violoncello’, una patología imaginaria que afectaba sólo a los intérpretes masculinos de violoncello. Pero la fiesta de los despropósitos no había hecho más que empezar.
1996. Un profesor de la Universidad de Nueva York y del University College de Londres escribió un artículo titulado "Transgrediendo los límites: Hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica". En el texto, el autor proponía que la gravedad cuántica era un constructo lingüístico y social. El artículo no sólo fue publicado, sino que todavía está en Internet. La revista que lo publicó no se molestó en buscar a un físico que lo evaluara.
Cucos y cacaos
2005. Este fue probablemente el caso más sonado. La World Multiconference on Systemics, Cybernetics and Informatics (WMSCI) consintió en publicar un artículo generado aleatoriamente por el programa informático SCIgen, a iniciativa de tres estudiantes del MIT (Massachusetts Institute of Technology). Los tres estudiantes siguieron generando textos sin sentido, varios de los cuales fueron también publicados o admitidos en conferencias ‘científicas’.
2012. La revista Advances in Pure Mathematics aceptó un artículo generado por el programa informático Mathgen. El autor, sin embargo, renunció a pagar los 500 dólares que le pedían y finalmente el artículo no salió a la luz.
2013. El periodista científico John Bohannon envió a 304 publicaciones un texto totalmente ficticio titulado “El chocolate con alto contenido de cacao como acelerador de la pérdida de peso”. El texto fue aceptado por 157 publicaciones. No contento con eso, Bohannon se inventó un imaginario "Institute of Diet and Health" y redactó un comunicado de prensa que fue publicado por la revista alemana Bild, el Daily Star, el Irish Examiner, Cosmopolitan, The Times of India, The Huffington Post y varios programas de televisión de Estados Unidos y Australia.
Ese mismo año, un informático consiguió que aceptaran un artículo suyo sobre "El uso de computación en la nube y de los medios sociales para determinar la rentabilidad de las salas de espectáculos”. El texto fue admitido por la ICRIEST-AICEEMCS International Conference.
En la introducción del artículo, el propio autor anunciaba que el texto contenía frases sin sentido generadas por software. Uno de los apartados del artículo contenía 19 líneas sobre una película de Bollywood y otras 19 sobre una película de Hollywood. El Secretario de la organización atribuyó el desliz a un “error humano”.
2014. Otro profesor de informática envió un artículo ‘peculiar’ al International Journal of Advanced Computer Technology (IJACT). Estaba harto de que le enviaran correos electrónicos, por lo que —comprensiblemente— el artículo se titulaba "Borradme ya de vuestra puta lista de correo". El texto era apenas más original: consistía en esa misma frase repetida una y otra vez a todo lo largo del artículo.
La IJACT respondió que el artículo “encajaba perfectamente” en la línea de la revista y sólo le pidio que agregara algunas referencias recientes y que retocara un poco el formato. Nunca lo borraron de la lista de correo.
También ese mismo año, un estudiante de la Universidad de Harvard generó un texto al azar titulado “¿Cuco para pasteles de cacao? La función quirúrgica y neoplásica del extracto de cacao en los cereales de desayuno” (Cuckoo for Cocoa Puffs? The Surgical and Neoplastic Role of Cacao Extract in Breakfast Cereals). ¿Los autores? Pinkerton LeBrain y Orson Welles. El artículo fue aceptado por 17 publicaciones médicas.
Penes y patinetes
2016. Atendiendo a una petición de la 2016 International Conference on Atomic and Nuclear Physics, un profesor de informática de la Universidad de Nueva Zelanda escribió un texto usando la función de predicción de palabras de su teléfono móvil. El artículo fue aceptado.
Por si usted tiene curiosidad, un párrafo del texto decía, por ejemplo, “atoms of a better universe will have the right for the same as you are the way we shall have to be a great place for a great time to enjoy the day you are a wonderful person to your great time to take the fun and take a great time and enjoy the great day you will be a wonderful time for your parents and kids"
2017. Naturalmente, en este baile de vampiros no podían faltar los episodios woke. Ese año de 2017, Peter Boghossian y James Lindsay consiguieron publicar en Cogent Social Sciences, con nombre falso, un artículo que aseguraba que el pene es, en realidad, un constructo social. El artículo concluía además que el pene conceptual es en gran parte el causante del cambio climático. Los defensores de la revista, indignados, descalificaron a Boghossian y Lindsay acusándolos de ser “varones de raza blanca”.
En vista de lo cual, los dos autores incorporaron a una autora femenina, con la que escribieron varios artículos sobre supuestos agravios relacionados con la raza, el género, la sexualidad y otros conceptos “identitarios”. Cuando se cansaron de escribir idioteces, seis de los textos habían sido rechazados, pero cuatro sí habían sido publicados y otros tres habían sido aceptados. En uno de los textos habían insertado un resumen de Mein Kampf, y en otro se referían a los parques para perros como “placas de Petri para la cultura de la violación canina”. Para muestra, basten estos dos botones.
2020. Un médico, un becario de física nuclear y un estudiante se aliaron para escribir un artículo titulado “Inesperadamente, el SARS-CoV-2 fue más letal que los patinetes eléctricos: ¿podría ser la hidroxicloroquina la única solución?". El artículo, entre cuyos autores figuraba Nemo, el perro del presidente de la República Francesa, fue aceptado por el Asian Journal of Medicine and Health.
Conclusiones sombrías
Cuando empecé a escribir este blog, yo tenía ciertas dudas sobre la fiabilidad de la ciencia oficial. Ahora, dos años después, todas mis dudas se han disipado. Para mal.
Estoy seguro de que, en medio de ese alud de publicaciones indiscriminadas y de revistas de prestigio financiadas, en muchos casos, por tenebrosas organizaciones, habrá resultados valiosos y auténticamente científicos. Pero ¿cómo separar el trigo de la paja? A estas alturas, empieza a parecer ya una tarea imposible.
De modo que sí, tal vez yo estaba equivocado cuando pensé que los lobbies (o, si prefiere usted hablar claro, los sinvergüenzas) de la industria química y de las organizaciones internacionales no habían hecho estragos en países como Rusia o China. En 2015, por poner un ejemplo, BioMed Central tuvo que retirar 43 artículos, la mayoría de ellos de autores chinos. Y en 2017 Springer Nature retiró 107 artículos sobre biología, también de autores chinos. ¿Cuántos seguirán aún publicados?
Yo, sinceramente, ya no sé a qué carta quedarme. Empiezo a perder el sentido de la realidad, y les confieso que estoy deprimido. Sólo usted, amigo lector, deberá decidir en cada caso. Le deseo mucha suerte.
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