Ignoro si la palabra 'metafísica' tiene algo que ver con la caverna de Platón. El prefijo 'meta' significa 'más allá de', y la idea de que las cosas tienen una existencia más allá de la realidad tangible me deja frío. Es como si me dijeran que esas patatas fritas que estoy ensartando en mi tenedor son, en realidad, un simple reflejo de unas 'metapatatas fritas', y lo que yo creía esta habitación es en realidad una cueva. He leído mejores historias de ficción.
La ciencia es como la metafísica, sólo que no admite vaguedades y nos permite predecir. Pero, después de unos cuantos siglos de filosofía incrédula —que no otra cosa es la ciencia—, cada vez se nos hace más difícil representarnos la realidad. Nada que ver con la sensación inmediata que nos producen el olor, el color y el sabor de unas patatas fritas humeando en nuestro plato. Los electrones no giran realmente alrededor del núcleo. El famoso gemelo que emprendiera un viaje a (casi) la velocidad de la luz se encontraría a su regreso con el hijo del tataranieto de su hermano. Y la idea de que un enano microscópico nunca sepa si su pelota atravesará una pared o rebotará en ella desafía al más sensato.
La teoría de la relatividad y la mecánica cuántica explican la realidad, pero no tal y como usted y yo la entendemos. La lógica cotidiana, la que usamos para tomar decisiones todos los días, está mucho más vinculada a lo que nos transmiten los sentidos. Todas las mañanas esperamos que el sol salga y se ponga a una hora predecible, que los relojes no se aceleren ni se detengan y que la lluvia caiga del cielo y no a la inversa. Más allá de esas expectativas, lo que pudiera o no suceder pertenece, en la práctica, al reino de la fantasía.
Con todo, hemos tenido que ir aceptando que esa lógica nuestra cotidiana cambia cuando disminuye el tamaño de lo que queremos explicar. Lo cual, por cierto, parece absurdo: ¿acaso la lógica no debería ser un concepto absoluto, independiente del espacio y del tiempo? Pero nos hemos acostumbrado, y todas esas lógicas 'ilógicas' nos han permitido viajar a la luna, descubrir seres vivos en una gota de agua o examinar aquel esguince mediante resonancia magnética nuclear. La cueva de Platón, en cambio, sólo nos ha dado una larga saga de filósofos más o menos imaginativos: Galileo, 1 - Platón, 0.
La diferencia decisiva entre Galileo y Platón es que Galileo no se limitó a hacer conjeturas, sino que observó el firmamento con un telescopio antes de sacar conclusiones. Aquel primer paso de Galileo abrió las puertas a la astrofísica propiamente dicha, y desde entonces nuestro conocimiento del Universo no ha hecho más que avanzar.
La luna y el sol y los planetas están tan cerca de nosotros -astronómicamente hablando- que no necesitamos forzar mucho nuestra lógica ordinaria para explicarlos. Tenemos que hacer un zoom gigantesco con nuestro telescopio para empezar a observar fenómenos extraños y tener que echar mano de esas otras lógicas 'ilógicas'. Así, poco a poco, hemos ido concibiendo ideas tan exóticas como el big bang, el vacío virtual, los agujeros negros o, más recientemente, la materia oscura. Y verificándolas.
¿O no?
No del todo. De hecho, el interior de un agujero negro es todavía un territorio misterioso. Lo mismo que la materia oscura, la energía oscura y otros conceptos nuevos que han entrado últimamente en el vocabulario de los astrofísicos.
Por ejemplo, el 'flujo oscuro', cuya causa estaría más allá de nuestro propio universo. O la 'inflación eterna', que reduciría nuestro universo a una insignificante burbuja de un multiverso en perpetuo burbujeo. O el modelo de 'universo fractal', infinitamente complejo y siempre similar a sí mismo en todas las escalas. O la fantástica idea de que nuestro universo no es, en realidad, nada más que un holograma.
El caso es que, cuanto más grande y más lejano sea el fenómeno que pretendemos explicar, menor cantidad de información podremos sacar de él, y más inciertas serán nuestras explicaciones. En otras palabras: a menos que el universo tenga un límite, el número de explicaciones posibles se multiplicará hasta el infinito. No estamos tan lejos de la metafísica, ¿verdad? Si Galileo levantara la cabeza...
Peor aún: todas las conjeturas que podemos concebir son andamiajes construidos por nuestra mente con los conceptos que caben en ella, pero podría suceder que los tubos y tuercas necesarios para ensamblar las leyes de la realidad 'real' ni siquiera existan en nuestra mente. Si seguimos aumentando la escala de nuestras aspiraciones, ¿nos encontraremos algún día con una realidad cuya lógica seremos incapaces de concebir?
Es cierto que Ícaro se quemó las alas por acercarse demasiado al sol, pero nuestro problema es justamente el contrario. Nuestras alas no son de cera. Aherrojados en una cueva de Platón, fabricamos sin cesar magníficos plumajes de faisán, quizá para no reconocer que nunca volaremos más alto que una gallina.