Como sucede con casi todas las frutas, los orígenes del melón se pierden en la noche de los tiempos. Hay quien asegura que procede de África, y hay quien señala su origen en Asia. Se han encontrado semillas de melón en yacimientos arqueológicos que datan de 4000 o 5000 años en China, Grecia y Egipto. El historiador Plinio hace referencia a estos frutos, que él llamaba Pepones.
El melón pertenece a la misma familia del pepino, la calabaza, la sandía y la papaya. Hay muchas variedades de melones, no todas tan dulces como las que conocemos. La variedad «cantaloupe» debe su nombre a un pueblo de Italia llamado Cantalupo, donde los Papas la cultivaban en grandes cantidades. Incluso hay una variedad llamada «kiwano» cuya corteza está erizada de espinas.
Como es fácil imaginar, los melones están asociados en muchas culturas a la fertilidad, pero también a la abundancia, a la creatividad, a la lujuria y a la gula. En las mitologías de Birmania y Laos, el ser humano nació de una cucurbitácea. También en la Biblia se habla de un cierto ‘pepino’ que, según sesudos autores, era probablemente un melón.
Cuentan ciertos autores que del melón se obtenía antiguamente un sabroso licor. El método era el siguiente: ensarta una varilla en el interior del melón desde su extremo más blando. Seguidamente, remueve la pulpa con la varilla hasta que notes que toda la pulpa está batida. Tapa el orificio con cera, y entierra el melón en un hoyo excavado en la tierra. Al cabo de unos cuantos días, desentierra el melón, ábrelo, y… bebe.
La planta del melón tiene muchos usos en la medicina tradicional china. Su raíz, por ejemplo, se usa como purgante. Y, en nuestros días, hay quienes emprenden una dieta de adelgazamiento consistente en calmar el hambre a base de… melón.
Un autor andaluz del siglo XII enumera seis clases de melones, aunque ninguna de las seis descripciones coincide con alguna de las variedades que hoy conocemos. Nos aconseja además, enigmáticamente, no comer nunca melón acompañado de pescado o huevos. Menos mal que no dijo nada del jamón…
Y, para terminar, una anécdota: en cierta ocasión, el bibliotecario de la ciudad francesa de Cavaillon pidió en cierta ocasión a Alejandro Dumas un ejemplar de cada una de sus obras. «Tengo escritos más de 400 libros, monsieur», replicó Dumas. Ante la insistencia del bibliotecario, Dumas respondió que trataría de cumplir el encargo, pero con una condición: que le enviase todos los años una docena de melones de Cavaillon.