Esta mañana, buscando temas para escribir en este blog, se me ha ocurrido recurrir a la IA. Estaba pensando en escribir algo divertido sobre telepatía, y le he pedido sugerencias.
Las sugerencias que me hace, en general, son decepcionantes, pero uno de los temas que me propone me llama la atención. Resulta que, según se cuenta, el doctor Freud hizo en una ocasión un experimento telepático con Einstein. Tal cual.
Hace poco que me he despertado. Me froto los párpados, no sea que todavía esté durmiendo.
Pues no. Estoy despierto. Le pido a la IA que me amplíe el tema, y me remite a un intercambio de cartas que, supuestamente, mantuvieron los dos sabios en 1909. Y, para darle mayor realismo, me reproduce dos ‘extractos’ de sus respectivas opiniones al respecto. Entre comillas, incluso.
Intrigado, le pido que me revele sus fuentes y, ante mi insistencia, termina confesando que se ha inventado ambos extractos y que no ha encontrado fuentes fiables de la supuesta correspondencia. Palabra. Le pregunto entonces si ha sido programado para inventarse información. Me contesta que no, pero que “a veces” lo hace por iniciativa propia, cuando detecta “lagunas en sus conocimientos”.
Un pelo del bigote
No salgo de mi asombro. ¿Cómo es posible que un programa de IA se invente contenidos? De la nada no los habrá sacado. Habrá tenido que modificar algún material ya existente, o quizá entremezclar distintos materiales ya publicados.
Siento curiosidad. Esta vez recurro al buscador, que me ofrece varios enlaces sobre Freud, Einstein y la telepatía. El primero y el tercero me remiten a un mismo artículo, sorprendentemente publicado dos veces, con dos fechas distintas, en la misma revista. Los dos textos son idénticos y están firmados por un mismo autor, pero llevan ilustraciones diferentes. El artículo está evidentemente escrito por IA. No tiene ni pies ni cabeza, se contradice y, además, contiene incongruencias.
El segundo enlace me remite al Daily Express, un diario sensacionalista británico muy poco fiable. En él se menciona un supuesto experimento de los dos famosos científicos con un médium. Según el diario, el médium había arrancado un pelo del bigote de Einstein obedeciendo a una orden telepática de Freud. Imposible saber de dónde ha sacado el diario esa información. Trato de investigar el asunto, pero me pierdo rápidamente. Al final, lo único que consigo es perder el tiempo.
El retorno de Nabucodonosor
Sin embargo, lo más alarmante que me encuentro son los dos enlaces siguientes.
El primero es una página de la revista Nature referente a un artículo de 1944 sobre telepatía y psicoanálisis. La presentación del artículo es suficientemente confusa como para sospechar que está escrita por IA. Sí, he dicho Nature. La ‘prestigiosa’ revista Nature.
El segundo enlace anuncia un artículo publicado por la editorial Springer. Está fechado en 2010, pero el texto de la presentación es un galimatías. Sólo puedo sospechar que está escrito por IA en fechas recientes, y que ha sido insertado después a modo de presentación. Al artículo no he podido acceder porque es de pago.
Finalmente, tiro la toalla. Lo único que he conseguido siguiendo esas pistas es perder miserablemente varias horas gracias a la ‘creatividad’ de un programa de IA. Como ya he comentado en alguna ocasión, todos esos textos inservibles generados por IA terminan siendo usados como material de referencia por la propia IA, alimentando así una bola de nieve que contaminará progresivamente la información realmente aprovechable.
En pocos años, la confusión bíblica de la torre de Babel podría ser una realidad. Al menos, para la mayoría de la población.
Mellizas inseparables
Uno sospecha que todo eso de la telepatía tiene que ver con el fenómeno físico del entrelazamiento, que –ese sí– ha sido verificado una y otra vez en innumerables experimentos.
El entrelazamiento cuántico es un vínculo misterioso que conecta dos o más partículas elementales entre sí. Aunque estén separadas por largas distancias, cada vez que medimos cierta propiedad de una de ellas, la otra partícula se comporta como si supiera lo que estamos midiendo, aunque no tenga ninguna manera de comunicarse con su hermana gemela.
Lo aclararé con un ejemplo. Imagínese usted que vive en una isla, y que en una isla cercana vive una amiga suya llamada Sara. El otro día, Sara vino de visita y se encontró, en un cajón de la cocina, con dos viejas monedas. Las monedas estaban tan oxidadas que se habían quedado pegadas. Concretamente, la cara de una estaba pegada al reverso de la otra. Usted las separa, las limpia y le regala una a Sara. Al día siguiente, Sara regresa a su isla.
Pero resulta que esas dos monedas tienen una extraña propiedad. Cada vez que usted y Sara se ponen de acuerdo para lanzar sus monedas al aire, usted puede adivinar de qué lado ha caído la moneda de ella. Y ella puede adivinar de qué lado ha caído la suya. Sin necesidad de comunicarse. Si a usted le ha salido ‘cara’, puede estar seguro de que a Sara le ha salido ‘cruz’. Y viceversa.
Si un día Sara decidiera abandonar su isla para irse a vivir al planeta Marte, el resultado sería el mismo y –lo más desconcertante de todo– sería también instantáneo. Aunque las monedas pudieran comunicarse entre sí, no podrían hacerlo más aprisa que la velocidad de la luz. Cuando, doce minutos después de llamar a Sara, nuestra voz llegue hasta ella a través del sistema solar, ella habrá lanzado ya su moneda. Llevará doce minutos esperando y sabrá de antemano cuál ha sido nuestro resultado.
Beam me up, Scotty!
La conclusión filosófica de un experimento así es insondable: aunque las dos monedas son dos objetos físicos diferentes, separados entre sí, se comportan como si fueran dos mitades de una misma cosa.
Alguien pensará que el entrelazamiento cuántico, aunque desconcertante, no pasa de ser una curiosidad de la naturaleza. Sin embargo, los ingenieros le están encontrando aplicaciones prácticas. La computación cuántica (que yo creía imposible cuando se empezó a investigar) es hoy una realidad, y la criptografía cuántica está siendo adoptada ya por grandes bancos y algunos gobiernos.
Por otra parte, hay una tercera aplicación que amenaza acabar para siempre con el género de la ciencia ficción. En tiempos, fui un gran admirador de la serie de televisión Star Trek, y a lo largo de todos aquellos episodios jamás se me pasó por la cabeza que la teleportación pudiera llegar a ser realidad algún día.
Pero, desde 1997, lo es. De momento, sí, a un nivel muy elemental todavía. No espere usted que sustituyan los aeropuertos por salas de teleportación el año que viene. Pero el genio está ya fuera de la botella, y la posibilidad de que un vendedor de enciclopedias se presente un día sin avisar en tu comedor a la hora del almuerzo no es ya necesariamente una idea descabellada.
De todos modos, tanto la teleportación como la ciencia ficción son dos temas demasiado interesantes para dedicarles sólo unas cuantas líneas, como hago aquí. Espero ocuparme de ellos con más detalle algún día.