Papá oso y mamá osa han salido a pasear con su pequeñín. La avena que han cocinado está aún demasiado caliente y han decidido esperar a que se enfríe. Entre tanto, paseando por el bosque, una niña rubia llamada Ricitos de Oro se encuentra con la casa de los osos y entra a curiosear. Allí, entre otras cosas, encuentra tres sillas y tres cuencos con avena cocida.
Ricitos de Oro va probando todo lo que encuentra. Pero sólo una de las sillas y uno solo de los cuencos de avena resultan adecuados para ella. La silla, porque no es ni demasiado grande ni demasiado pequeña. Y la avena, porque no está ni demasiado fría ni demasiado caliente.
La historia de Ricitos de Oro es un cuento tradicional que inspiró el título de un libro de Paul Davies: The Goldilocks Enigma. Igual que sucede en el cuento, explica Davies, las leyes de nuestro universo son precisamente las que nos convienen. No sólo para vivir, sino incluso para existir. Con que sólo una de ellas fuera ligeramente diferente, este universo no sería el que conocemos. Y nosotros, probablemente, no estaríamos aquí.
Un delicado equilibrio
Ciertamente, si la fuerza gravitatoria fuera apenas un poco mayor, las estrellas se agotarían mucho antes, los planetas serían más densos y, a estas alturas, el universo probablemente ya habría implosionado. Si fuera algo menor, nuestro sol tal vez no se habría podido formar, y los planetas vagarían por el espacio desordenadamente.
Además, si la fuerza electromagnética fuera más intensa, los electrones estarían más cercanos a los núcleos atómicos y la química que conocemos sería completamente diferente. Probablemente, ni siquiera existiría el agua. Pero, si fuera menos intensa, las moléculas serían más inestables y las estrellas no llegarían a emitir luz ni calor.
Las fuerzas que unen y desunen los núcleos atómicos son también las justas para que existan el agua y los elementos químicos de los que estamos hechos. Si la velocidad de la luz o la constante cosmológica fueran diferentes, el universo se expandiría demasiado aprisa, o demasiado despacio. Y si la constante de Planck no fuera la que es, nunca podríamos predecir si la pelota que lanzamos al suelo rebotará o si desaparecerá bajo nuestros pies.
Es lo que los físicos llaman el “principio antrópico”: la realidad es la que es porque nosotros estamos aquí para observarla. Sí, parece una perogrullada, pero tiene más miga de lo que parece.
Volver a empezar
Ante ese delicado equilibrio, la pregunta que muchos se hacen es: ¿se trata de una simple casualidad, o hay algún tipo de inteligencia coherente detrás de tan sofisticado diseño? Esto último es lo que argumentaba, entre otros, el astrofísico Fred Hoyle, y es también, naturalmente, lo que defienden la mayoría de las religiones. Se comprende. Si no entendiéramos nada de lo que sucede o nos enfrentáramos a explicaciones incoherentes, muchos nos sentiríamos inquietantemente inseguros. Y, por lo tanto, desamparados.
Por desgracia, la idea de que el universo ha sido creado por un ser inteligente no resuelve gran cosa, porque ¿quién habrá creado a ese ser inteligente? Enuncie usted este razonamiento y repítalo hasta el infinito. Quizá por eso, a falta de una explicación satisfactoria, varios físicos han ideado otras respuestas. La más aceptada de todas, hasta el momento, es la del multiverso.
La idea es muy simple. Si nos ha tocado un número de la lotería, necesariamente será porque hay muchos otros en juego. Traducido al lenguaje de los físicos: existen infinitos universos, cada uno con sus propias leyes físicas. Y nosotros, simplemente, vivimos en uno de ellos. Uno más.
Naturalmente, esa explicación, ideada para no caer en la metafísica, lo único que consigue es abocarnos a una metafísica todavía más insondable. ¿Dónde están todos esos universos? ¿Ocupan un espacio diferente al nuestro? ¿Cómo verificar –o desmentir– su existencia? Y, como postre inevitable, ¿quién demonios –con perdón– los ha creado? Repita el razonamiento. Vuelva a empezar.
La suma de las partes
Confieso que este tipo de especulaciones me aburre un poco. En realidad, me aburre bastante. Me interesa más otra línea de investigación, todavía no muy explorada.
Los primeros atisbos se le aparecieron a Newton cuando intentó resolver el problema de los tres cuerpos. Intente usted predecir cómo evolucionarán tres planetas que se atraen mutuamente, y pronto descubrirá que la respuesta es… el caos.
En física, los procesos de ese tipo son conocidos como ‘procesos no lineales’. En un proceso no lineal, el todo nunca es igual a la suma de las partes. Intente usted predecir cómo se comportará un proceso no lineal, y pronto comprobará que la más mínima variación de las condiciones iniciales arrojará resultados completamente diferentes. En otras palabras: el caos.
La buena noticia es que, en algunos casos, el caos genera orden. Lo podemos comprobar en las turbulencias de los ríos, en los orígenes del láser o de los huracanes, en el funcionamiento de nuestro cerebro... y hasta en las rayas de las cebras.
¿Podrían haber nacido del caos las leyes físicas que conocemos? Si así fuera, esas leyes, que los físicos consideran hoy inmutables, podrían evolucionar a lo largo del tiempo, y el futuro del universo sería (todavía más) imposible de predecir. Eso es lo que sugirió, a finales del siglo XIX, el matemático Henri Poincaré, y lo que han propuesto recientemente varias teorías.
Además, cuando un sistema es no lineal sus interacciones internas crean, a veces, propiedades inesperadas. Que es lo que –presumiblemente– nos sucedió a usted y a mí cuando las neuronas de nuestro cerebro alcanzaron un grado suficiente de complejidad: nos hicieron conscientes.
Por cierto, hay quien sospecha que eso mismo está empezando a suceder con la inteligencia artificial.
El espacio y el tiempo
Y ahora entramos en la especulación propiamente dicha. ¿Recuerda usted la paradoja de Aquiles y la tortuga? Pues tal vez sólo es una paradoja si consideramos el espacio y el tiempo como referencias inmutables. Y, por lo tanto, lineales.
Si el espacio y el tiempo fueran no lineales, podrían ser el resultado de interacciones más elementales todavía. Eso es lo que proponen algunas teorías recientes, que convierten a la ciencia ficción en una reliquia.
Según Lee Smolin, por ejemplo, el espacio y el tiempo serían una estructura compleja, compuesta de diminutos bucles. Pero la teoría para mí más fascinante es la teoría de conjuntos causales, que propone que el espacio-tiempo se compone de sucesos discretos, conectados entre sí por la relación causa-efecto. Según esta teoría, el Big Bang habría sido sólo un suceso más en el transcurso de un universo sin principio ni fin.
Si a estas alturas todavía no le duele a usted la cabeza, terminaré con un par de notas que tal vez le interesen.
¿Es usted darwinista? Pues piense que también las leyes de la física podrían haber evolucionado por selección natural. Pero, si es usted místico, también tengo buenas noticias para usted. Si el espacio y el tiempo fueran no lineales, podrían resultar influidos por ese fenómeno no lineal que todos –a excepción, quizá, de los políticos– conocemos: la conciencia.