Transilvania, 1895. La joven Ilona Nopcsa ha encontrado un extraño cráneo a la orilla de un río, cerca de la mansión familiar (actualmente en Rumanía). Se lo entrega a su hermano Franz, que se lo muestra a su vez a un profesor de geología de la Universidad de Viena. El profesor alienta a Franz a seguir excavando, y ese mismo otoño el joven se matricula en la Universidad. Gracias a aquel profesor, Franz entrará –aunque por una puerta de discreto tamaño– en la historia de la paleontología.
El joven Franz fue un personaje singular. Lo encontrará usted en los libros de historia como Barón Franz Nopcsa von Felső-Szilvás. Era húngaro de nacimiento, y su padre había combatido en México contra Benito Juárez. Franz, aristócrata por parte de madre, llevó una vida rocambolesca. Fue aventurero, autodidacta, políglota y contrabandista de armas. Disfrazado de pastor, trabajó como espía en Transilvania, se propuso a sí mismo como rey de Albania y tuvo el dudoso honor de ser el primer ser humano que secuestró un avión. Aquejado de depresión, vendió todos sus fósiles para poder comer y mató a su secretario –probablemente, su amante– antes de suicidarse. En cumplimiento de su última voluntad, fue incinerado vestido de motociclista.
El cráneo que su hermana había descubierto pertenecía a un dinosaurio enano, que él trató de reconstruir excavando el lugar del hallazgo y pegando después los huesos con cola casera. Reconocido finalmente por el mundo académico, llegó a identificar y clasificar veinticinco especies de reptiles y cinco de dinosaurios. Su pasión por los dinosaurios era sólo comparable a su fértil imaginación, que lo llevó a formular varias teorías –no del todo acertadas– sobre la extinción de aquellas criaturas.
Podemos excusarle. La paleontología estaba aún en pañales y, de todos modos, la incógnita está todavía por resolver. Es cierto que los dinosaurios se extinguieron hace unos 65 millones de años pero, aunque a usted probablemente le contaron que aquello se debió a un meteorito, hay otras teorías al respecto. Unas más sensatas que otras.
Del cielo o del subsuelo
Sí, la teoría hoy más en boga nos habla de la caída de un meteorito. Según esa teoría, un meteorito procedente de un cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter arrojó a la atmósfera enormes cantidades de polvo, y la disminución de la luz solar causó un larguísimo invierno que dejó a las plantas sin alimento. Sólo los dinosaurios más pequeños —que la evolución después convertiría en pájaros— lograron sobrevivir. Los defensores de esta teoría esgrimen, como prueba, la presencia de cuarzo impactado en el cráter de Chicxulub, en Yucatán, y una fina capa de iridio encontrada en la superficie de varias regiones del planeta.
Pero esa teoría tiene que competir con otra igualmente verosímil. Según ella, el origen del largo invierno exterminador habría sido una serie de erupciones volcánicas masivas en el continente indio. El enorme volumen de gases emitido a la atmósfera habría desencadenado, además, un largo periodo de lluvias ácidas que habría hecho muy difícil sobrevivir. Sobre todo si uno, por su tamaño, no encontraba un recoveco donde resguardarse.
Otra teoría, no tan conocida, está basada en los movimientos de la corteza terrestre. Si imaginamos la corteza terrestre como un rompecabezas que siempre está reajustándose, el movimiento de sus piezas –que los geólogos llaman ‘placas tectónicas’– habría alterado la extensión de los océanos y, por lo tanto, también las corrientes marinas. A causa de aquellos cambios, la atmósfera se habría enfriado tanto que los dinosaurios no consiguieron sobrevivir.
Radiografías que matan
Estas son las teorías más aceptadas por los especialistas. Pero hay muchas otras. Por ejemplo, hay quien aventura que los dinosaurios se extinguieron porque los mamíferos se alimentaban de sus huevos, o incluso que los propios dinosaurios se comieron unos a otros. O que las larvas de los insectos se comieron la vegetación y dejaron a los dinosaurios –que eran herbívoros– sin alimento.
También hay quien sugiere que los dinosaurios aumentaron de tamaño mucho más aprisa que sus cerebros, hasta el punto de no ser capaces de hacer frente a la menor adversidad. Es lo que podríamos llamar la teoría de los ‘dinosaurios tontos’.
Listos o tontos, otra causa que posiblemente exterminó a los dinosaurios de mayor tamaño fue, según algunos investigadores, la explosión de una supernova, que habría inundado la superficie terrestre de rayos X, a largo plazo letales. Dicho de otro modo: habría radiografiado a los dinosaurios.
Naturalmente, no falta tampoco la teoría de los extraterrestres, pero no perderé mi tiempo entrando en detalles sobre ella. Usted mismo se la puede imaginar. Si realmente fueron los extraterrestres, estoy seguro de que serán lo suficientemente inteligentes para disculparme.
Ojos que no ven, corazón que no siente
El cambio climático, si lo hubo, no sólo pudo matar a los dinosaurios de frío. También les pudo haber inducido cambios hormonales. Actualmente, sabemos que el sexo de los cocodrilos está determinado por la temperatura exterior. Tal vez –especulan algunos– la transición a un clima más frío produjo en los dinosaurios muchos más machos que hembras, hasta el punto de que la tasa de natalidad se redujo fatalmente.
En 1979, un descubrimiento en el sur de Francia dio lugar a otra nueva teoría. En un yacimiento de huevos de dinosaurio fosilizados se observó que algunos estaban formados por varias capas, mientras que otros eran anormalmente delgados. Los ocupantes de aquellos huevos, por lo tanto, pudieron haber muerto por debilidad, en el primer caso, o por deshidratación, en el segundo. Vaya usted a saber.
En el apartado de las teorías estrafalarias destaca la del oftalmólogo L. R. Croft. Como la exposición a los rayos del sol acelera la formación de cataratas, explicó Croft, seguramente todas aquellas crestas y cornamentas que desarrollaron los dinosaurios tenían por objeto proteger sus ojos de los implacables resplandores del mesozoico. Por desgracia, según Croft, todo eso no fue suficiente y los pobres dinosaurios terminaron quedándose ciegos antes de alcanzar la madurez sexual.
Pero la guinda de todos esos despropósitos, que los seguidores de Greta Thunberg acogerán con entusiasmo, es la teoría de que el cambio climático que acabó con los dinosaurios se debió a las emanaciones del gas metano... emitido por las ventosidades de los propios dinosaurios. Vivir para ver.