Luces misteriosas
En los últimos tiempos, muchos medios han informado de la aparición de extrañas luces en los cielos de varios países. Se han sugerido todo tipo de explicaciones: drones, satélites, OVNIs... Noticias parecidas han aparecido también con ocasión de fuertes terremotos, a menudo antes de que sucedieran los seísmos. ¿Qué es lo que sucede? ¿Son todas ellas simples alucinaciones?
Hay quien piensa que no. El geólogo James Kamis aventura que ese tipo de luces, particularmente en regiones de intensa actividad geológica, podrían ser el resultado del conflicto permanente entre las placas que forman la corteza terrestre. Así ha sucedido, por ejemplo, en ciertas regiones de Japón, Italia o América del Sur que contienen cuarzo.
¿Por qué cuarzo? Porque, en ciertas condiciones, el cuarzo genera descargas eléctricas cuando lo someten a fuertes presiones. Allí donde las placas tectónicas chocan unas contra otras, el cuarzo de las rocas se comprime y –cuando la presión está ya a punto de desencadenar un seísmo– produce descargas eléctricas. Que se manifiestan... en forma de luces en la atmósfera.
Al menos, así se ha comprobado en los laboratorios. Se llama ‘piezoelectricidad’.
¡Clic! ¡Clic!
No sólo en los laboratorios. Si usted ha tenido alguna vez una cocina de gas, es probable que haya utilizado esos encendedores que hacen saltar una chispa apretando un botón: ¡Clic! No, no llevan pilas. Cada vez que usted aprieta ese botón, en el extremo del encendedor los átomos se polarizan, y esa polarización se resuelve en una descarga eléctrica. Hágase la luz.
Ocurre también a la inversa. Los ultrasonidos de las ecografías provienen de vibraciones mecánicas producidas por una corriente eléctrica, y los relojes de cuarzo convierten la corriente de la pila en diminutos empujones de las agujas dando la vuelta al ruedo de las horas.
Fuerzas escondidas
James Kamis presentó su teoría en 2014, después de diez años de investigación. Según Kamis, ese frente de batalla en el que las placas tectónicas chocan entre sí no genera sólo fenómenos eléctricos, sino también calor y reacciones químicas. Tanto en la atmósfera como en el fondo de los océanos. Y ese fenómeno, tan antiguo como la geología de nuestro planeta, forma parte también del clima.
¿Alguien ha incluido esos efectos en los modelos climáticos? No. Los modelos climáticos se centran básicamente en la atmósfera. Posiblemente porque no es fácil hacer mediciones en las profundidades del océano. El fondo de los océanos, sin embargo, abarca la mayor parte de la corteza terrestre. Y, de ellos, apenas hemos explorado un 3%.
¿Es sensato ignorar todos esos procesos geológicos? La batalla constante entre las placas tectónicas es capaz de desplazar continentes enteros, y genera enormes tsunamis que agitan centenares de kilómetros cúbicos de agua y transportan su calor hacia la superficie. El lecho oceánico contiene un 90% de los volcanes y fumarolas activos de nuestro planeta.
¿Podrían influir esos fenómenos en las corrientes marinas, o en el deshielo de los glaciares? ¿O incluso en el ir y venir de huracanes, olas de frío o sequías? Eso es justamente lo que Kamis ha tratado de averiguar.
Niños revoltosos
Ya he explicado en un artículo anterior lo que son El Niño y La Niña. Según los meteorólogos, el fenómeno de El Niño se debe a un aumento de la temperatura en cierta región del Océano Pacífico. Los vientos alisios arrastran entonces esa ingente masa de agua cálida hacia la costa de Perú, y durante meses o años el resto del planeta experimenta más lluvias o menos lluvias, o más calor o frío de lo habitual. Pero nadie ha conseguido explicar a qué se debe ese aumento inicial de la temperatura.
Una y otra vez, los modelos de los meteorólogos –basados sólo en mediciones de la atmósfera y de la superficie del océano– no consiguen predecir cuándo comenzará o terminará el próximo El Niño o La Niña. ¿Sería posible predecirlos si tuviéramos también en cuenta la actividad geológica? Eso es justamente lo que ha hecho Kamis, y ha encontrado una correlación sorprendente entre los seísmos submarinos del Pacífico occidental y la aparición de El Niño.
Una correlación, además, en el espacio y en el tiempo. Los aumentos de temperatura que preceden a El Niño sobrevienen a oleadas, como las erupciones de los volcanes, y todos tienen su origen en una región localizada del Pacífico occidental: un área de intensa actividad geológica que genera calor y da origen a las formaciones de plancton. Por encima de la superficie, sin embargo, nadie ha detectado nada de particular.
Y el origen geográfico de Las Niñas parece ser el mismo: el Pacífico ecuatorial, entre 80°W y 120°W de longitud, a la altura del ecuador.
Según los meteorólogos, los episodios de El Niño suceden porque se debilitan los vientos alisios. ¿La causa? Según ellos, “pequeñas perturbaciones” (por ejemplo, ráfagas de viento). Pero ¿por qué hay perturbaciones en esa región y no en otras del extenso Pacífico? El único fenómeno predecible que podría causarlas es la oscilación Madden-Julian. Pero sólo es predecible con tres o cuatro semanas de antelación. Y los modelos de los meteorólogos siguen sin conseguir adivinar la fecha del próximo El Niño (o La Niña).
La Antártida
Quizá lo más convincente de la teoría de Kamis está en los polos. Bajo los mantos de hielo de la Antártida o de Groenlandia, el hielo se comporta como un aislante y crea bolsas de calor en las aguas que mantiene debajo. Incluso un pequeño volcán o una fuente geotérmica es capaz de desestabilizar un glaciar y acelerar el flujo del hielo hacia el océano. Y eso sí lo podemos comprobar.
De hecho, la teoría de Kamis es la única que explica por qué ciertos glaciares de la Antártida se están deshelando más aprisa que el resto de la región (que se está enfriando año tras año). Lo puede comprobar usted visualmente en el sitio web de Kamis: las áreas de intensa actividad volcánica coinciden con las áreas de mayor deshielo.
El Ártico
Algo parecido sucede en el Ártico. Esa región del océano se está enfriando, excepto por encima de la dorsal submarina de Gakkel. En esa dorsal no hay muchos terremotos, pero sí hay abundantes fuentes hidrotermales en acción. Según Kamis, esa actividad geológica podría haber causado el rápido deshielo del Ártico durante 2000-2007. Liberando, de paso, grandes cantidades de metano.
El clima del pasado remoto viene también en ayuda de Kamis. Las extinciones masivas de especies coinciden también en el tiempo con periodos de intensa actividad volcánica. Hay incluso una teoría –sobre la que también he escrito– que atribuye a una erupción gigantesca la extinción de los dinosaurios.
A lo largo de millones de años, el clima de la Tierra ha cambiado muchas veces. Y muchos de esos cambios se han debido a alteraciones de la Corriente del Golfo. ¿No habrá sido la actividad volcánica la causa de esas alteraciones? En principio, los volcanes submarinos deberían afectar sólo a las corrientes más profundas, pero en el tramo final del Ártico seguramente interfieren con la corriente de retorno.
Hay muchas cosas que no sabemos todavía respecto al fondo del océano, esa vasta extensión de agua que ocupa dos terceras partes de nuestro planeta. A grandes profundidades no es fácil tomar mediciones. Recientemente se han descubierto, por ejemplo, centenares de fuentes hidrotermales a lo largo de la hondísima Fosa de las Marianas, en el Pacífico noroccidental. Por esos orificios salen cantidades ingentes de agua a 370oC que ascienden hacia la superficie.
Como era de esperar, la teoría de Kamis ha generado polémica entre los geólogos. Sus detractores niegan que haya relación entre los volcanes y el hielo de la Antártida (vea las ilustraciones del propio Kamis y juzgue usted mismo). Además, se preocupan quizá excesivamente por el volumen de CO2 que sale del subsuelo. Si la teoría de Kamis es cierta, lo más importante que aportan los volcanes al clima no es CO2, sino calor. Que no es poco.