En los últimos años, los escépticos estamos viviendo un calvario. Tras descubrir, durante la crisis de 2020, que hemos sido –y seguimos siendo– engañados por nuestros gobiernos y por los medios de comunicación, hemos tenido que digerir una traumática crisis que nos ha obligado a revisar trabajosamente muchas de las nociones científicas que hasta entonces dábamos por sentadas. Una pesadilla.
Muchos otros habitantes del planeta se han dado cuenta también del engaño pero, en la mayoría de los casos, por pura intuición. El engaño los volvió aún más suspicaces, y desde entonces las teorías ‘conspiratorias’ han proliferado como setas. Una lista completa de esas teorias –varias de las cuales, a primera vista inconcebibles, han resultado ciertas– ocuparía más espacio del que usted, amigo lector, estaría dispuesto a tolerarme.
Lamentablemente, la intuición a menudo engaña, y para llegar al fondo de las cosas la única manera de averiguar lo que realmente sucede es quemarse las pestañas. Reunir datos, cribarlos, analizar, reflexionar, objetar desde todos los ángulos y, con suerte, terminar convenciéndose. Una de esas teorías es la que se refiere al glifosato.
El glifosato es un herbicida que mata principalmente las plantas de hoja perenne. Es absorbido a través de las hojas, y es un compuesto organofosforado de enrevesado nombre que inhibe la síntesis de tres aminoácidos. Y que, por lo tanto, sólo surte efecto cuando la planta está creciendo.
En 1970, un investigador de la empresa Monsanto descubrió las propiedades del glifosato como herbicida, y la empresa lo comercializó en 1974 con el nombre Roundup. Actualmente, es uno de los herbicidas más empleados en el mundo. Y, aunque la patente de Monsanto expiró hace unos años, sigue siendo todavía el más polémico.
Voces en contra
Como era previsible, Greenpeace no tardó en dar la alarma. Según ellos, el glifosato entrañaba graves riesgos para la salud humana y para el medio ambiente, y propusieron prohibirlo y sustituirlo por prácticas agrarias ‘ecológicas’ y sostenibles. Y a gran escala inviables, añadiría yo.
En esa misma línea, quizá el estudio más famoso salió a la luz en 2013. El estudio concluía que Roundup, y más concretamente el glifosato, podría ser “el factor más importante en el desarrollo de múltiples enfermedades crónicas y dolencias prevalentes hoy en el mundo occidental”. No obstante, la propia revista que lo publicaba añadió una nota alertando del “posible sesgo” de los autores en la metodología empleada.
Otro estudio señalaba que tan sólo un 1% de glifosato en el agua de beber alteraba la actividad enzimática del hígado en ratas embarazadas y en sus fetos. Pero, en la realidad, el contenido de glifosato en el agua potable –cuando ha sido detectado– es del orden de microgramos por litro, y por lo tanto mucho menor que ese 1%.
Algunos estudios in vitro –es decir, en laboratorio– parecen indicar que los productos con glifosato podrían perjudicar a las lombrices y a ciertos insectos beneficiosos. Sin embargo, en la vida real ningún estudio ha descubierto esos efectos en las dosis habitualmente empleadas.
Otras investigaciones, también in vitro, aseguran que el glifosato afecta a la producción de progesterona en células de mamíferos. Algunos investigadores alegan que cualquier mínima alteración de la actividad endocrina puede tener efectos duraderos –y difíciles de detectar– en la totalidad del organismo.
Un baile de opiniones
Pero, en el bando contrario, los críticos arguyen que los estudios in vitro no son suficientes: los efectos del glifosato sobre un cultivo de células no tienen por qué afectar a todo el organismo. Además, en esos estudios se sometía a las células a concentraciones de glifosato mucho mayores que en la vida normal, y a través de vías que no han sido observadas en condiciones reales.
El principal problema, tal vez, es que la mayoría de los productos que contienen glifosato contienen también otros herbicidas, posiblemente más perjudiciales que el glifosato. Por ejemplo, si atendemos a las intoxicaciones por ingestión premeditada, la mortalidad del glifosato se ha cifrado en un 10%, frente a un 70% en quienes ingirieron paraquat.
Desde los primeros años 2000, las argumentaciones a favor y en contra del glifosato han sido lo más parecido a un partido de tenis. Aquel mismo año, para empezar, un estudio realizado entre fumigadores y niños de 1 a 6 años concluyó que el glifosato no entrañaba ningún riesgo. Y, en 2008, un experto del gobierno australiano lo ensalzó como un herbicida “virtualmente ideal”.
En 2013, tras examinar más de mil estudios epidemiológicos, el Instituto de Evaluación de Riesgos alemán concluyó que no estaba justificado clasificar o etiquetar el glifosato como cancerígeno. Sin embargo, en 2015 aquel mismo informe fue criticado por 96 científicos, y la OMS clasificó el glifosato como “probablemente cancerígeno en humanos”. Ese mismo año, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria afirmaba que era muy improbable que afectara al ADN.
En 2016, la FAO declaró que los productos que contienen glifosato no conllevan necesariamente riesgos para la salud. Y, al año siguiente, la Agencia Europea de Sustancias Químicas no encontró ninguna evidencia de que el glifosato fuera cancerígeno o mutágeno, y ni siquiera tóxico. Un año más tarde, los abogados que litigaban contra Monsanto revelaron que la compañía había contratado un artículo de opinión favorable en la revista Forbes.
La lista de argumentos es inacabable. Por si sirviera de algo, un juez de Estados Unidos dictaminó que “una mayoría abrumadora de organismos que han examinado el glifosato han determinado que no es cancerígeno”. A día de hoy, el baile de prohibiciones, litigios, desmentidos y autorizaciones no prece haber terminado. ¿O quizá sería más apropiado hablar de un ‘baile de lobbies’?
Ingeniería genética
El glifosato afecta a todas las plantas por igual, tanto a las de cultivo como a las malas hierbas. Mala noticia para los agricultores. El problema, sin embargo, se resolvió gracias a un microorganismo de la especie Agrobacterium, que resultó ser resistente al glifosato. El gen causante de esa anomalía fue clonado e insertado en el código genético de las habas de soja, y en 1996 salió al mercado la primera variedad de soja resistente al glifosato. Buena noticia para los agricultores.
La técnica se ha extendido después a otros cultivos, como el maíz o el algodón. Desde 1990, casi todos los agricultores del mundo se han pasado al glifosato, combinado con cultivos resistentes a esa sustancia. Según parece, los daños causados por los herbicidas han disminuido apreciablemente.
A la vista de los argumentos a favor y en contra, no parece fácil tomar partido (aunque mi instinto me lleva a desconfiar de la OMS y organismos similares). En cualquier caso, un estudio sobre el terreno realizado en China en 2016 me ha parecido el más confiable. No sólo porque es un trabajo riguroso y exhaustivo, sino porque considero más improbable que la mano de los lobbies occidentales haya llegado hasta aquel país. El estudio concluye que “el glifosato es probablemente el [herbicida] menos tóxico para la salud de los agricultores”.
Todos los adelantos tecnológicos tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Desde la invención del automóvil, millones de personas han muerto en accidentes de carretera en todo el mundo, y sin embargo la inmensa mayoría de la población no se atormenta por ello. Consideran que los beneficios compensan sobradamente los riesgos.
Hay una ecuación irrenunciable entre seguridad y libertad, de la que no es posible escapar: cuanto más libres queramos ser, más riesgos tendremos que correr. Enciérrese usted en su casa, coma sólo productos ecológicos, vacúnese contra todo lo imaginable y tape su boca y su nariz con doble mascarilla. Vivirá angustiado, y el día menos pensado le puede caer encima un meteorito. ¿Le habrá valido la pena?
Piénselo. Lo que tenemos que sopesar en cada caso no es tanto el riesgo como la relación beneficio/riesgo.
Mi impresión acerca de la toxicidad del glifosato cuando escribí este artículo no era una convicción, sino sólo una impresión general, influida por una mayoría de estudios y dictámenes que consideran el glifosato menos tóxico que los demás herbicidas. Hoy, pocos días después, tras haber leído el material que el lector conocerá en mi próximo artículo y tras haber descubierto el blog de Edward Slavsquat en Substack (https://edwardslavsquat.substack.com/p/yes-russia-is-complicit-in-the-great), abrigo muchas dudas al respecto. Me temo que el Great Reset está infiltrado también en los BRICS, y los lobbies occidentales son probablemente capaces de influir también en esos países. Eso no quiere decir que el glifosato sea un horror, sino sólo que no creo que sea posible tener un criterio al respecto. Todo está podrido. Y cuando digo todo, por desgracia no estoy usando una metáfora.