Igual que no puedo evitar amar el chocolate, tampoco puedo evitar hacerme preguntas sobre la teoría de la selección natural. Me sucedió por primera vez leyendo un artículo de Scientific American sobre cierta especie de abejas, cuyo nombre ahora no recuerdo. Resulta que esas abejas desovan siempre en el interior de ciertas arañas vivas. De ese modo las crías, al nacer, se alimentarán del cuerpo aún vivo de la araña. El consentimiento de la araña no parece fácil de conseguir, pero la abeja no lo necesita. Simplemente, le clava su aguijón en un punto milimétricamente preciso y le inyecta una sustancia paralizante.
Desde que leí ese artículo, me he preguntado muchas veces cómo puede la abeja saber el lugar exacto en el que debe clavar el aguijón. ¿Hay en sus neuronas impreso un algoritmo que le va dando órdenes? Por ejemplo:
1 – Localiza un ejemplar de la especie X
2 - Clávale el aguijón en el punto Y
3 - Inyecta tu veneno
4 - Desova
¿Esas instrucciones han llegado a imprimirse en sus neuronas por selección natural? Todos sabemos que la selección natural no ocurre de un día para otro, sino a lo largo de miles, quizá millones de generaciones, pero ¿es eso suficiente?
Hace años, anidó en el hueco de mi ventana una golondrina. Observando cómo construía su nido, reparé en que no siempre usaba ramitas recogidas del suelo, sino que de cuando en cuando recogía también las tiritas de celofán desechadas de los paquetes de cigarrillos y las entretejía con las demás ramitas. Para ella, aquellas tirillas de celofán desempeñaban la misma función que las ramitas. ¿Estaba confundiendo unas con otras, o estaba implementando un plan abstracto?
Dicho de otro modo: ¿estaba la golondrina obedeciendo ciegamente unas instrucciones (es decir, confundía el celofán con las ramitas), o estaba buscando objetos que le sirvieran para trenzar (es decir, tenía un plan)? Aunque a primera vista no lo parezca, son dos cosas completamente distintas. Lo que quiero decir es que, para que la evolución funcione, la selección natural tiene que modificar no sólo la anatomía sino, al mismo tiempo, sus funciones. Nacer con alas sería un inconveniente horroroso si uno no supiera qué hacer con ellas. Y no sólo eso. Si un animal nace con alas y lo único que sabe hacer con ellas es aplaudir, ¿tendrá que pasarse unos cuantos miles de generaciones aplaudiendo hasta que otra mutación le permita volar? Es dudoso, y su supervivencia como especie es incierta. A menos que sus predadores, halagados por los aplausos, le perdonen la vida.
Hay otro aspecto de la selección natural más enigmático todavía: los extremos del comportamiento de los seres humanos. El bien y el mal, el caos y el orden, el egoísmo y la generosidad, la zafiedad y el refinamiento. ¿Por qué, después de miles de generaciones seleccionando a los más aptos, ninguno de esos rasgos ha conseguido triunfar sobre su opuesto? La única respuesta que se me ocurre es que se necesitan mutuamente. Por alguna razón que se me escapa, una sociedad de Teresas de Calcuta o de estranguladores en serie tiene menos probabilidades de sobrevivir que una sociedad en la que coexisten ángeles y demonios.
Lo mismo sucede con los sexos. Si los machos o las hembras de una especie tuvieran una levísima posibilidad más de sobrevivir, tarde o temprano la especie se habría extinguido. Sin embargo, pese a las innumerables guerras libradas por los varones a lo largo de la historia, los porcentajes de hombres y mujeres se siguen manteniendo dentro de unos márgenes aceptables. ¿Querrá esto decir que las guerras son necesarias para mantener el equilibrio 'ecológico' entre los sexos? No necesariamente. Después de las guerras, por lo visto, el porcentaje de varones que nacen aumenta ligeramente. Por alguna razón insondable, la naturaleza parece enterarse de que tiene que compensar ese déficit.
Todo esto es muy misterioso, y no tengo ni idea de cómo lo explicaría el Sr. Darwin. La especie humana ha sobrevivido a a guerras y epidemias, al football y a la existencia de los políticos, pero todavía no ha conseguido erradicarlos. Está visto que la posibilidad de una humanidad sensible y cultivada es una utopía. Pero también me consuela saber que, por más que se lo propongan, los zafios nunca lograrán conquistar el mundo.