Era todavía muy niño cuando me enteré de que en Australia la gente caminaba cabeza abajo. Me quedé pasmado, pero no había duda. La Tierra es una esfera, y todos tenemos que caminar con los pies en el suelo. Un día, años después, caí en la cuenta de que los países son, en cierto modo, como los habitantes de la Tierra. Si usted es argentino o sudafricano, ¿el Polo Norte debería estar arriba o abajo en el mapa de su país?
Sí, los mapas nos hacen trampa, pero estamos tan acostumbrados que no nos damos cuenta. Podemos representar la superficie de la Tierra en un plano, pero entonces nos engañaremos pensando que Groenlandia es tan grande como África, o que entre Rusia y Alaska hay una distancia exorbitante. Podemos emplear otros métodos, pero siempre fallaremos en algo. La geometría de una esfera es incompatible con la geometría de un plano.
No es mi intención acusar a nadie. Los primeros navegantes que exploraron continentes lejanos partieron de Europa, y sus mapas se convirtieron así en la principal referencia. Pero una cosa es engañarse por efecto de las convenciones, y otra muy distinta es engañar deliberadamente alterando esas convenciones sin avisar. Compare usted un mapa de temperaturas de 2017 con uno de 2025 y entenderá lo que quiero decir.
En los últimos tiempos, el efecto psicológico de las convenciones sobre las convicciones ha permitido refinar mucho el arte del engaño. Basta con redibujar los contornos de una región para que el recuento de votos o los efectos de una epidemia cambien radicalmente. Y esas gráficas que nos muestran una economía boyante o un aumento apocalíptico de las temperaturas pueden cambiar como por arte de magia si seleccionamos un periodo más largo –o más corto– que el que nos están presentando. Sírvase usted mismo.
Por desgracia, cambiar las convenciones trae consecuencias, y el significado de conceptos como “alerta amarilla” o “situación de emergencia” puede variar también a gusto del cocinero, sin que la mayoría del público lo sospeche siquiera. Normalmente, la gente tiene cosas más importantes que hacer que preguntarse por el color de los mapas o por la anchura de las gráficas.
¿Plato del día? Covid y mascarillas
Aunque tal vez deberían preguntárselo. En 2003, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud consideraba que existía una pandemia cuando un nuevo virus causaba "varias epidemias simultáneas en todo el mundo, con un número enorme de defunciones y casos". En 2009, sin embargo, la definición cambió. A partir de aquel año, se declara una pandemia cada vez que aparece un nuevo virus “frente al cual la población humana no tiene inmunidad”.
Ya no hacía falta que hubiera “un número enorme de defunciones y casos”, y algunos observadores, entre ellos el Consejo de Europa, acusaron a la OMS de manipular la definición a propósito.
De hecho, según la antigua definición el covid-19 no habría podido ser una pandemia. El epidemiólogo John Ioannidis, de la Universidad de Stanford –entre otros–, cifró la letalidad del covid-19 (número de muertes/número de infecciones) en tan sólo 0’7% (0’05% entre los menores de 70 años). Similar, por lo tanto, a la de la gripe. Una probabilidad de 99’3% de sobrevivir a una infección no parece sugerir una pandemia devastadora.
Oficialmente, sin embargo, pandemia fue.
No sólo es posible cambiar esa definición. Si somos una ‘autoridad’, podemos definir también como nos dé la gana lo que es una ‘infección’. Por ejemplo: un resultado positivo de una prueba PCR.
Pero hay un problema: en situaciones de baja prevalencia (como fue el caso del covid-19), una PCR arroja como mínimo 8 falsos positivos por cada resultado positivo. El propio inventor de las PCR, Kary Mullis, ya explicó públicamente que las PCR no sirven con fines de diagnóstico.
Rizando todavía más el rizo –a condición de que seamos suficientemente malvados–, podemos definir incluso el número de ciclos de amplificación necesarios para que una PCR sea ‘fiable’. En 2020, la OMS estableció un límite de 40 ciclos, que más tarde rebajó a “entre 30 y 35”. Considerando que cada ciclo es exponencial, no parece un criterio muy científico. Aun así, en la práctica la mayoría de los laboratorios rondaban los 40 ciclos. Covid a gogó.
El peligro de las revistas ‘del corazón’
La afición de las autoridades sanitarias a los umbrales móviles no es de hoy. Hasta mediados del siglo XX, se consideraba que usted tenía la tensión alta si sobrepasaba los 160/100 mmHg. La ciencia aún no había avanzado lo suficiente, me dirá usted. Puede ser. Pero los umbrales que establece la ‘ciencia’ se mueven siempre hacia abajo, nunca hacia arriba. ¿Por qué será?
En los años 1980, los médicos recibieron nuevas directrices: la tensión alta empezaba ahora a partir de 140/90. Y, por lo tanto, había que recetar medicamentos para bajarla. Sí, claro, de por vida.
Pero en 2017 los umbrales volvieron a bajar. Qué vértigo. Ahora, la tensión alta empezaba en 130/80. ¿Consecuencia? Sólo en Estados Unidos, 100 millones de estadounidenses hasta entonces sanos tenían que pasar ahora por la farmacia. Vamos, doctor, no sea cicatero y recete usted más angiotensinas.
También el colesterol es, por lo visto, cada día más peligroso. En los años 1980 se empezó a recetar estatinas para prevenir las enfermedades del corazón. En aquellos tiempos, estaba usted en peligro si su colesterol ‘malo’ superaba los 160 mg/dL. En 2001, sin embargo, se rebajó el nivel óptimo a 100 mg/dL para los pacientes con enfermedades coronarias, diabetes y otras afecciones.
Ah, y se introdujeron tratamientos para potenciar el colesterol ‘bueno’. ¡Venga, todos a la farmacia!
En 2004 se introdujo, además, un umbral ‘opcional’ de 70 mg/dL para pacientes con factores de riesgo. En 2013, las ‘autoridades’ recomendaron la administración de estatinas también para adultos con ateroesclerosis a partir de los 190 mg/dL. Sólo en Estados Unidos, esa recomendación enviaba a las farmacias a 13 millones de personas más. Por cierto, se averiguó que varios investigadores habían recibido fondos de los productores de estatinas. En concepto de ‘consultoría’, no piense usted mal.
Aun así, en 2018 el umbral de riesgo bajó nuevamente, esta vez de 70 mg/dL a 55 mg/dL. Se hizo saber a los médicos que existía un nuevo fármaco, el PCSK9, aún más enérgico que las estatinas. Por cierto, ciento cincuenta veces más caro. A día de hoy, un tratamiento con PCSK9 cuesta unos 15.000 dólares al año.
Pero el tobogán aún tiene recorrido. Últimamente, la Sociedad Europea de Cardiología ha aconsejado no superar los 40 mg/dL en casos extremos. Y a la lista de riesgos se han añadido otros criterios que aconsejan igualmente medicarse de por vida: edad, historial familiar, consumo de tabaco, etc. Suma y sigue.
¿Y la diabetes? En 1980, la OMS estipuló en 144 mg/dL el contenido máximo de glucosa en su sangre si usted estaba en ayunas. En 1985 lo rebajó a 140 mg/dL. En 1999 lo volvió a rebajar a 126 mg/dL. Y en 2003 la American Diabetes Association lo fijó (por ahora) en 99 mg/dL ¿Consecuencia? Si usted no era diabético en 1980, hoy tendría muchas posibilidades de que le diagnosticaran prediabetes, o incluso diabetes. ¡Hala, a la farmacia!
¡Que vivan las autoridades sanitarias!
Naturalmente, todos esos valores de umbral están basados siempre en estudios ‘científicos’ estadísticos. Tendremos que suponer, por lo tanto, que las ciencias estadísticas en 1980 eran una birria, y que de entonces acá han mejorado muchísimo. O bien que los investigadores en 1980 no sabían hacer estudios epidemiológicos y hoy, en cambio, los bordan.
Aunque podría haber otras explicaciones. Hay quien piensa que no es una casualidad que los estudios financiados por las grandes farmacéuticas arrojen, a menudo, resultados favorables a sus productos. Y también es posible que las acusaciones de manipular los resultados sean falsas. Yo no soy muy inteligente, y no sé qué pensar.
¿A qué acusaciones me refiero? Por ejemplo, a un estudio del Institute of Medicine de Estados Unidos (Conflict of Interest in Medical Research, Education, and Practice, 2009). O a otro estudio de la red de revistas científicas del Journal of the American Medical Association (Conflicts of Interest Among Infectious Diseases Clinical Practice Guideline Authors and the Pharmaceutical Industry, 2023).
Entonces –pensará usted– si hubiera personas sanas que estuvieran siendo medicadas sin necesitarlo, ¿podría eso afectar a su salud? Sí, podría. Es de sentido común. Yo no soy muy inteligente, pero hasta ahí llego.
Un antiguo amigo mío, que era médico, me comentó en cierta ocasión que las empresas farmacéuticas lo invitaban casi todos los años a simposios en lugares interesantes. Por supuesto, para ponerse al día en su especialidad. Y, a continuación, mi amigo añadió: “Naturalmente, yo siempre que puedo receto sus medicamentos”.
¿Le parece a usted censurable ese tipo de comportamientos? Si es así, cada vez que tenga la audacia de ir al médico pregúntele si le puede recetar medicamentos genéricos. No cambiará mucho las cosas pero, con un poco de suerte, podrá darse usted el gusto de sacarle los colores. Y su conciencia, al menos, se quedará tranquila.
Una nota que considero necesaria: los datos sobre los valores de umbral, tanto de glucosa como de colesterol, son muy embarullados, en parte porque unos usan unas unidades de medida, y otros, otras distintas. Además, las directrices de la OMS y las de otras asociaciones 'autorizadas' no coinciden cronológicamente (aunque siempre terminan convergiendo). He hecho lo que he podido con el fin de que lo esencial quede claro, sin obligar a nadie a complicarse la vida comparando fechas, moles, gramos, decilitros y otras lindezas. El lector me disculpará si he omitido algo en aras de la claridad. En cualquier caso, aquí puede insertar sus comentarios.
Reflexivo, ameno y divertido Ricky (Gracias).
Al final me recordaste (demasiado) el capítulo "T.M.I." (Too Much Information) de South Park (temporada: 15, episodio: 4), dónde un grupo de hombres violentos (menos uno) se calman después de que el gobierno redefine las medidas de los tamaños de los penes de tal manera que oficialmente lo dejan de tener "pequeño".