Una pradera bajo el océano
En el año 2020, frente a la costa occidental de Australia, una expedición submarina se topó cierto día con un extraño animal anaranjado, que a distancia parecía estar ardiendo. Era un sifonóforo. Medía 47 metros, y resultó ser el ser vivo más largo del mundo.
En esa misma región del océano se descubrió también una extraña pradera submarina. En realidad, sin embargo, era un único ejemplar de Posidonia australis, un alga que ocupa, ella sola, unos 200 kilómetros cuadrados. Tiene más de 4.500 años y, que nosotros sepamos, es la planta más extensa del planeta.
Pero hay seres vivos más extraños todavía. En el zoológico de París puede usted contemplar un ejemplar de la especie Physarum polycephalum. Es un organismo de una sola célula, semejante a un hongo. Tiene 720 órganos sexuales. No tiene boca ni ojos ni extremidades, ni nada parecido a un cerebro. Pese a lo cual es capaz de alimentarse, se mueve por sí mismo y es incluso capaz de aprender.
¿Signos de vida?
De una manera o de otra, todos los seres vivos están condicionados por el mundo exterior. Pero su forma de percibir la realidad puede ser muy diferente de la nuestra. El ciervo muntíaco se comunica mediante el olfato. Los ojos de cualquier fastidiosa mosca, compuestos de miles de lentes hexagonales, son una maravilla de ingeniería. Y hay una especie marina, llamada Macropinna microstoma, que ve verticalmente a través de su cabeza, que es transparente.
A día de hoy hemos descubierto más de 5.000 planetas en otros sistemas solares, y tal vez algunos de ellos alberguen alguna forma de vida. Pero ¿qué aspecto podrían tener los seres vivos de esos mundos remotos? No podemos saberlo. Si esperáramos que se parecieran a los que conocemos aquí, en la Tierra, esos planetas no deberían estar muy lejos de su sol, para no congelarse, pero tampoco demasiado cerca, para poder tener agua sin que sus mares se evaporaran.
Podemos tratar de detectar también en esos planetas la presencia de oxígeno o de nitrógeno, o de minerales como la apatita, que –al menos en la Tierra– están presentes en las escamas de los peces y en los huesos y dientes de los animales. Pero los seres vivos que más probabilidades tienen de existir, incluso en lugares inhóspitos, son los microbios.
Una vida vacía
En nuestro propio planeta, por ejemplo, los microbios del género Thiobacillus son capaces de metabolizar el azufre y la pirita. Una especie submarina llamada Geogemma barossii soporta temperaturas superiores a los 120 °C. Y hace unos años se encontró en Chernobil un hongo que crecía en las paredes del antiguo reactor, todavía muy radiactivo. El hongo –Cladosporium sphaerospermum– es tan adaptable que consigue extraer energía de los rayos gamma. Como si dijéramos, se alimenta de radiactividad.
Aun así, los hay más resistentes todavía. La bacteria Deinococcus radiodurans puede soportar niveles de radiación 1.500 veces superiores a los que acabarían con un ser humano. Además, es resistente a los ácidos y a la deshidratación, e incluso al vacío. Algunos ejemplares de esa especie han sobrevivido hasta tres años en el exterior de una nave espacial.
A la vista de todos esos casos, ¿alguien se atreverá a asegurar que sólo puede haber vida en presencia de agua o de carbono? Sería una afirmación demasiado apresurada. Los seres vivos contienen moléculas muy complejas, que sólo pueden formarse a partir de otras moléculas más simples. Y, para que todas esas combinaciones puedan suceder, se necesita un solvente.
El agua que hace posible la vida en la Tierra es, probablemente, el solvente más abundante en el universo, pero no es el único. Una biología basada en el ácido sulfúrico, en el dióxido de carbono líquido o en el azufre líquido nos podría parecer descabellada, pero no es del todo inconcebible.
Es más: pensándolo bien, ni siquiera podría ser necesario un planeta.
Estrategias vitales
Todo esto nos conduce a una pregunta inevitable: ¿cómo definir ese fenómeno misterioso que llamamos ‘vida’? No todos los biólogos coinciden en la respuesta. Es cierto que los seres vivos crecen, pero los cristales también, y son sólo minerales. Por otra parte, un robot responde a los estímulos del mundo exterior, pero tampoco nos parece que esté vivo. La reproducción, sí, es común a todos los seres vivos, pero los virus también se reproducen, y no está del todo claro que estén vivos.
Según la NASA, la vida es "una reacción química autosostenida capaz de evolucionar mediante selección natural". Es decir, capaz de adaptar su código genético a los cambios del mundo exterior. Para la NASA, la clave de la vida es la información. Como la información se degrada con el paso del tiempo –los físicos lo llaman ‘entropía’–, los seres vivos han recurrido a dos estrategias: producen copias nuevas para reemplazar a las deterioradas (es decir, se reproducen), y van modificando el molde –el código genético– para adaptarlo a un mundo cambiante (es decir, evolucionan).
Entonces, ¿a medida que evolucionan, los seres vivos son cada vez más complejos? No necesariamente. Las bacterias, por ejemplo, contienen mucha menos información de la que permite construirnos a usted o a mí, pero en ellas la información ‘útil’ para sobrevivir es, proporcionalmente, mayor. O al menos eso es lo que muchos biólogos afirman.
Hombrecillos verdes
Sin embargo, ¿sería posible que en otros planetas existieran reacciones químicas ‘autosostenidas’ que no necesitaran reproducirse ni evolucionar? No me parece imposible. Tal vez ese es el anhelo inconsciente que inspiró el ‘cielo’ o el ‘paraíso’ en la mayoría de las religiones.
Pero también podría suceder lo contrario. Es decir, que la información que define los seres vivos evolucione mucho más aprisa que el mundo que los rodea. En ese caso, los astrónomos podrían encontrarse algún día con una luna o un planeta completamente recubiertos de seres complejos, entretejidos unos con otros como aquel alga australiana que semejaba una única pradera.
¿Y qué decir de las formas externas en que se manifiesta la vida? No todas las formas imaginables parecen igual de ‘sostenibles’ a largo plazo. Un animal con forma de triciclo sería más estable que otro con forma de bicicleta, y ambos serían más estables que uno con forma de monociclo. Sin embargo, el monociclo sería el más ágil y tendría, quizá, más probabilidades de sobrevivir. Nunca llueve a gusto de todos.
Desde que Empédocles afirmó que los seres vivos se componen de aire, agua, fuego y tierra han transcurrido, hasta hoy, más de dos milenios. Pero, después de todo ese tiempo, seguimos sin saber exactamente qué es eso que llamamos ‘vida’.