En la Edad Media era habitual celebrar los matrimonios al comienzo del verano. No es de extrañar. Por esas fechas, la naturaleza llega a su apogeo. Los días son más largos, las plantas se colman de flores, los pájaros gorjean, y los mamíferos... se aparean. Por eso no es nada sorprendente que nuestros antepasados asociaran el solsticio de verano a la fertilidad.
Pero el solsticio de verano es precisamente la época en que las cigüeñas echan a volar para pasar una larga temporada en tierras africanas. ¿Se sabe cuándo regresarán? Sí, a la primavera siguiente. Concretamente, nueve meses más tarde.
De ahí la leyenda de que a los niños los trae una cigüeña. Cuando nadie conocía otros métodos anticonceptivos excepto la abstinencia –el único que nunca falla–, la llegada de las cigüeñas coincidía, infaliblemente, con una proliferación de nacimientos a troche y moche. Realmente, era demasiada coincidencia... ¿No sería verdad eso de que a los niños los traían las cigüeñas?
Pero esa no era la única coincidencia que llamaba la atención durante la Edad Media. En aquella época, los europeos habían observado también que los enfermos rara vez tenían pulgas. Si hasta entonces las habían tenido, en cuanto caían enfermos desaparecían. Por lo tanto, razonaron nuestros antepasados, las pulgas tenían que ser beneficiosas. Y necesarias para protegerse de las enfermedades.
Coincidencias dudosas
Naturalmente, todos sabemos que la gestación de un bebé se debe a ciertas prácticas difícilmente relacionables con las cigüeñas. Y, con el tiempo, hemos averiguado que a las pulgas no les gustan las altas temperaturas. En cuanto perciben que a su portador le sube la fiebre, huyen en busca de otros hábitats menos tropicales.
Pero en la Edad Media tanto la biología como los termómetros eran desconocidos. A falta de conocimientos científicos, nuestros antepasados tenían que fiarse de las coincidencias.
Cuando una coincidencia se repite a lo largo del tiempo, los científicos prefieren decir que hay una ‘correlación’. A veces, ciertamente, las correlaciones tienen una causa común, pero ¿qué decir de una correlación entre el número de doctorados en matemáticas y el volumen de uranio almacenado en las centrales nucleares? ¿O entre el número de personas que se ahogan en una piscina y la cantidad de energía nuclear generada en Estados Unidos?
No, no se extrañe. Esas dos correlaciones existen, o han existido al menos durante periodos aceptablemente largos. Lo sabemos gracias a un polifacético economista llamado Tyler Vigen, que creó un programa informático capaz de extraer correlaciones como ésas comparando cantidades ingentes de datos de las fuentes más diversas. Los resultados los puede usted encontrar en un sitio web llamado ‘Spurious Correlations’.
Por poner un ejemplo, entre 2010 y 2022 la distancia entre Júpiter y el Sol estuvo estrechamente correlacionada con el número de secretarias en Alaska:
No se ría. Si uno se empeña, siempre encuentra una explicación para todo. Veamos. Los movimientos de Júpiter en su órbita producen fluctuaciones de la gravedad terrestre que, en la gélida Alaska, exacerban la sensibilidad a la temperatura. Por otra parte, los trabajos de oficina evitan a los empleados salir a la intemperie, sobre todo en invierno, y eso los hace particularmente atractivos para muchas jóvenes.
¿No le he convencido? Veamos otro ejemplo. Durante 16 años, la cantidad de energía eólica generada en Taiwán se correspondió, con sorprendente similitud, con el número de búsquedas en Google de la frase “estoy cansado” (“I am tired”):
¿Qué razón podría haber para que alguien pudiera sentirse cansado en Taiwán a causa del viento? Bueno, todos sabemos que el viento levanta polvo. Cuando aumenta la fuerza del viento, el polvo que éste arrastra aumenta también, y termina acumulándose en los pulmones de los sufridos taiwaneses, que por lo tanto... se sienten más fatigados.
¿Necesita aún más ejemplos? Eche un vistazo a este: las variaciones de temperatura de la atmósfera coinciden alarmantemente con el volumen de emisiones de CO2 por efecto de las actividades humanas. Ah, y con las flatulencias de las vacas.
Ahora dígame qué le parece esta explicación: el efecto invernadero es un fenómeno muy simple que, si nos olvidamos de las nubes, de las variaciones de la órbita terrestre, de los datos paleontológicos, de la saturación del espectro de emisión del CO2, de unos cuantos miles de factores más y del efecto mariposa, produce un calentamiento inexorable de la atmósfera terrestre. ¿Lo he explicado bien, Mr. Gore?
Razonamientos apresurados (o interesados)
Lo diré de otro modo: correlación no implica causación. No se lo tome a la ligera. Si ignoramos ese principio, todo estará permitido. Ni siquiera tendremos una justificación real para diferenciar las predicciones astrológicas de las bondades del aceite de oliva. Le pondré un ejemplo: en un molino de viento, la velocidad de las aspas aumenta y disminuye al mismo tiempo que la velocidad del viento. ¿No será que los molinos de viento son los que causan el viento? ¿O, peor todavía, no será que los molinos de viento son máquinas fabricadas para producir viento?
Sí, es un lío, y el único antídoto frente a ese tipo de razonamientos es la ciencia. Pero, ojo, no la ciencia por consenso. Supongamos que ha publicado usted los resultados de un estudio. Si cualquier otro investigador es capaz de reproducirlos, y si además –esa es la clave– nos sirven para predecir otros fenómenos, entonces podremos confiar en nuestra teoría. Sin excepciones. Cuando no hay excepciones nadie necesita consensos.
Entonces, ¿tendremos que abandonar toda esperanza? Bueno, si consideramos que entre los seres humanos siempre habrá tramposos y –peor todavía– siempre habrá personas dispuestas a todo para conseguir sus fines, tal vez sí.
Lo siento, pero créame que no hablo por hablar. En los tres años transcurridos desde que empecé este blog, he llegado a la conclusión de que todos esos estudios estadísticos sobre los alimentos y el colesterol, la fluoración del agua potable, los efectos de los plaguicidas o de las radiaciones 5G y tantos otros, son perfectamente indecidibles. En un sentido o en otro, muchos de ellos estarán en lo cierto pero, mientras no averigüemos por qué, viviremos en una lotería –y en una zozobra– perpetua.
Si usted, amigo lector, ha llegado a la misma conclusión que yo, me alegraré de no ser el único. Relájese. No se obsesione, olvídese de las estadísticas y disfrute. Sólo se vive una vez.
Con éste, me hiciste reír Ricky.
Gracias 😊